Por cierto que la edad también se podría sustituir: 20, 24, 28,…, 30, 32.
Entiendo la preocupación que un padre o una madre pueden tener sobre estos asuntos pero inmediatamente me asalta la intención de gritar: ¡No hagas nada! ¡Deja de hacer!
Porque hay situaciones en las que vale la pena parar, desconectar o callar. Donde la solución a la situación viene por no intervenir, por dejar de aportar.No estoy diciendo que abandonemos a su suerte a un “adolescente” (20, 24, 28,…, 30, 32) sin recursos económicos, sin darler de comer, de vestir y alojamiento; pero tal vez sí, definitivamente, que dejemos de proteger, justificar y dirigir.
Yo me planteo que qué ocurriría si alguien además de darme de comer, vestirme y alojarme, me diera dinero para mis gastos y justificación total para mis enfados, estados de humor y situaciones de vida. Si además me viera como lo mejor del mundo por quien vale la pena hacer cualquier tipo de sacrificio, entonces igual me dejaría arrastrar al estado de dependencia plena. Sería el paraíso.
Es muy difícil que unos padres dejemos que nuestros hijos se estrellen a su libre albedrío, parece tarea imposible. Lo único que me planteo es que será de esos hijos cuando nosotros no estemos a su lado. ¿Serán capaces de sobrevivir? ¿Qué les hemos dejado entonces? ¿A dónde les hemos dirigido? ¿O es que no nos damos cuenta de que sólo vivirán mientras lo hagamos nosotros? ¿Qué escondemos detrás de esa sobreprotección? Evitamos nuestro sufrimiento con verdadero egoísmo.