Después de que el equipo contrario, por fin, apareciera dio comienzo el encuentro. Les vino justo la verdad, el árbitro estaba a punto de darlos por no presentados y conceder la victoria a los locales. A todos había extrañado mucho la tardanza del rival, puesto que era el farolillo rojo de la clasificación y hacer regalos como que no era muy adecuado para ellos.
-Hombre, ¡por fin! ¿Se puede saber dónde se habían metido? -preguntó el colegiado, con voz pero más con cara de enfado. -Venga, rápido, cámbiense y salgan. No podemos perder más tiempo. Y ustedes -comentó a los locales- aprovechen para calentar un poco más, que les conviene.
Diez minutos después, comenzó el partido, entre jugadas, balones fuera, balones al área, faltas y todo lo que conlleva el fútbol. Bueno, si no fuera por el marcador, sorprendentemente los de casa estaban siendo derrotados por los últimos de la clasificación por un aplastante 3 a 0 cuando solo habían pasado veinte minutos de juego. “Ni que hubieran llegado tarde por haberse bebido algún brebaje mágico” -pensó uno de los jugadores- porque eso era, la verdad, lo que parecía.
Cuando el hombre de negro dio por terminados los primeros cuarenta y cinco minutos, cuarenta y ocho para ser más exactos, se encaminaron al túnel de vestuarios. Allí el míster con cara de muy pocos amigos se dirigió a sus pupilos:
-¿Alguien puede decirme que demonios está pasando ahí afuera? Porque yo os aseguro que no doy crédito -dijo a sus jugadores- No sé, fijaros que ha llegado el punto, por buscar respuestas, que incluso me ha dado por pensar…-Éstas últimas palabras las dijo dirigiéndose a sus jugadores pero fijando su mirada unos segundos más en su portero.
-Si tiene algo que decir, dígalo sin tapujos.
-Creo que las palabras no dichas de nuestro entrenador están muy claras Sergio -respondió Carlos, el delantero suplente, al comentario del portero.
Unos cuántos días atrás, tanto la prensa local como nacional, se había hecho eco de la mal situación que estaba atravesando la empresa familiar de Sergio Paez Urrutia, quienes estaban adeudados hasta las cejas. ¿Cabía la posibilidad de que estuvieran ante un partido con maletín de por medio?
-Quiero oírlo de sus labios, si no te importa, gracias. -Fueron las palabras de Sergio.
-Las únicas palabras que ahora mismo solo se me ocurren son éstas -replicó el entrenador- Matías, quítate el chándal, la segunda parte la juegas tú.
Así que se solucionó lo que se creía el problema cambiando al cancerbero y, con eso, salieron para afrontar los segundos cuarenta y cinco minutos.
Pero no, el problema con era Sergio, o no lo parecía, puesto que a los quince minutos de la reanudación ya llevaban dos goles encajados más. Nadie daba crédito a lo que estaba sucediendo, inclusive la grada estaba flipando. El descubrimiento llegó en una falta en el círculo central. El árbitro la señaló, Carlos colocó la pelota donde se había producido y se encontró con los ojos del rival que estaba a muy poca distancia de él. Era una mirada extraña, una mirada que Carlos en ese momento se le ocurrió definir como postiza, una mirada que le asustó. Aunque no solo era eso, en unos segundos observó la piel también de su rival y tampoco era normal. Miró en derredor y se percató de que ninguno de los jugadores del equipo contrario era normal. “¿Era cosa suya o se habían dado cuenta también sus compañeros?” -pensó- Pero no le dio tiempo a meditar más, el colegiado le metió prisa y lanzó el balón que fue a parar al quinto pino, sino más lejos.
El contrincante que había asustado a Carlos se pasó unos minutos asediándole y no dejando que diera rienda suelta a las jugadas maestras que normalmente solía realizar y que tenían encandilados a todos los hinchas de equipo y hasta a los mismos jugadores. No solía ser un jugador faltón, más bien solía ser él el que recibía patadas y empujones, pero harto ya del acoso y recibo en cuanto tuvo la ocasión perfecta puesto que no miraba nadie que fuera peligroso mirar, ya me entendéis, le soltó una cacho patada que fue el descubrimiento de porqué les estaban metiendo un palizón de padre y muy señor mío. Abel, el rival, cayó fulminado al suelo, Carlos se asustó puesto que no creía haberle dado tan fuerte, y se acercó. Abrió los ojos como platos y la boca la abrió tanto que podían entrarle un arsenal de moscas. Abel, si se le podía llamar así, era un conjunto de cables, muelles, botones…en su interior y, el exterior, era algo parecido a látex, plástico, y cosas que no sabía definir mezclado con artilugios de funcionamiento de un…¡¡robot!! ¡¡Era un robot!! Los demás jugadores mientras sucedía esto seguían jugando, nadie se había percatado. “¿El resto de jugadores eran también falsos?” -Se preguntó- Solo había una forma de saberlo, así que a voz en grito llamó al árbitro. Éste hizo sonar el silbato, deteniendo el partido, y se acercó.
-¿Qué demonios pasa? -Fueron las palabras del colegiado justo llegar- Espero sea algo serio, me ha hecho venir del otro lado del campo.
-Juzgue usted mismo -Le replicó el jugador señalando al contrario, quién se hallaba en el suelo.
El árbitro se aproximó, miró, se giró mirando a Carlos, volvió de nuevo a mirar a Abel, o al supuesto Abel.
-¡¿Qué es esto¡? -preguntó- ¡¡Me puede decir que cojones está pasando!!
-¿Quién? ¿Yo? Igual lo que tendría que hacer es pedírselo a sus compañeros -comentó señalando al jugador estirado en el suelo- Ellos tendrán la respuesta, no yo.
A unos dos kilómetros de allí, un niño de diez años que jugaba con una especie de consola viéndose descubierto se asustó, le dio al botón de apagar y desenchufó el cable. Él solo quería que su padre ganara algo en la vida y desde que le habían fichado para entrenar a ese equipo no sabía lo que era un triunfo. Él, simplemente, quería ayudar.
FIN