El paso de ser un partido perseguido y en la oposición a ser otro con poder resultó complicado, aunque siempre resulta mejor que el paso de ser un partido con poder a otro en la oposición. Lo primero que el Congreso tuvo que constatar fue que en los años transcurridos había perdido el electorado musulmán y que tenía que rendirse a la inevitabilidad de la Partición. Lo segundo fue cómo articular las relaciones entre el Ejecutivo y el partido. Gandhi, siempre tan soñador, sugirió que ahora que su objetivo de la independencia se había alcanzado, el partido debería disolverse y convertirse en una organización caritativa. “¡Que te lo has creído!”, debieron de pensar los demás líderes, que ya estaban salivando ante la posibilidad de tocar poder. Nehru, más práctico, entendió que tenía que ceder la presidencia del Congreso y así lo hizo.
Hubo elecciones y las ganó Jivatram Bhagwandas Kripalani. Kripalani era un discípulo de Gandhi, a quien veneraba, que tendía al buenismo y que discrepaba tanto del ala conservadora del partido que representaba Vallabhbhai Patel como de la izquierdista de Nehru. Kripalani, que estaba poco ducho en cuestiones de poder, propuso a Nehru que el Gobierno buscase la opinión del Congreso antes de tomar cualquier decisión y que todos los pronunciamientos de los ministros del Congreso en el Gobierno deberían recibir la aprobación previa del Presidente y del Comité Ejecutivo del partido. El corte de mangas que le hizo Nehru se oyó hasta en Katmandú. Le dijo que gracias, que el Congreso podía elaborar los grandes principios y directrices, pero que quien hacía la política del país era el Primer Ministro. Posiblemente la actitud tajante de Nehru, que sentó precedente, haya sido una de las razones por las cuales el Congreso no llegó a fagocitar el Gobierno y a convertirse en una suerte de partido-nación al estilo del ZANU del zimbabuo Robert Mugabe.
Kripalani aún le echó un órdago a Nehru, criticando en público la “timidez” del Gobierno hacia Pakistán y abogando por el bloque económico de Cachemira (bueno, cuando Kripalani se cabreaba, no era tan buenista). Para desgracia de Kripalani, resultaba que otros líderes del Congreso, tales como Patel, que no simpatizaban con algunas de las propuestas de Nehru, eran miembros del Gobierno y tampoco tenían muchas ganas de supeditarse al partido. Viendo que no recibía apoyo y que incluso podía provocar un rifirrafe importante en el seno del partido, Kripalani dimitió y le sustituyó interinamente Rajendra Prasad, un peón de Nehru, cuya función principal fue asegurarse de que el partido no le pusiera palos en las ruedas al Primer Ministro.
El partido aún le daría un nuevo susto a Nehru cuando en 1950 eligió como su Presidente a Purushottam Das Tandom, al que apoyaba Vallabhbhai Patel, que pertenecía al ala conservadora del partido y con el que había tenido más de un desencuentro. Nehru, que había apoyado la candidatura de Kripalani, estuvo en un tris de dimitir del partido, al sentir que éste había perdido su confianza en él. Nehru me recuerda un poco al retrato que John Elliott traza de nuestro Conde Dique de Olivares: un hombre que se crecía cuando tenía el viento a favor, pero que se hundía cuando sufría un revés.
Das Tandom era conservador y religioso hasta rozar el comunalismo. Además, no sabía manejar los tiempos políticos. A los pocos meses de haber sido elegido, murió su protector, Vallabhbhai Patel. Tandom no quiso ver que los equilibrios políticos estaban cambiando. En octubre de 1951 se iban a celebrar elecciones generales, las primeras tras la independencia. La tensión entre Tandom, que quería repetir la jugada que en 1947 le salió mal a Kripalani, y Nehru no cesaba de aumentar. Nehru advirtió que Tandom le costaría al Congreso los votos de los musulmanes y, en una jugada maestra, dimitió del Comité Ejecutivo del Congreso. El Congreso podía operar muy bien sin Tandom, pero no podía prescindir de Nehru. Puesto entre la espada y la pared, Tandom dimitió en septiembre de 1951. Le sustituyó el propio Nehru, que así acumuló los puestos de jefe del Ejecutivo y líder del Congreso.
Podemos decir que de esos acontecimientos de 1951 arranca la dinastía Nehru-Gandhi, que ha articulado la Historia del Partido del Congreso. U.N. Dhebar, que luego sería presidente del Congreso de 1955 a 1959, llegó a decir: “Es un error considerar que hay un liderazgo dual en el país. India, durante los últimos cuarenta años, se ha acostumbrado a pensar en términos de un liderazgo único y por la gracia de Dios, hemos sido dotados con hombres que han soportado singularmente bien el peso por responsabilidad o servicio al país. Sólo hay un líder en India hoy y es Pandit Jawaharlal Nehru. Que lleve el manto de la Presidencia del Congreso sobre sus hombros o no, al final todo el país mira hacia él en busca de apoyo y guía.” Hay carreras políticas que han prosperado con menos jabón.
Nehru dedicó su liderazgo indiscutido a imprimir sus ideas en el partido y en un momento en el que estaba especialmente crecido en 1953 llegó a declarar: “El Congreso es el país y el país es el Congreso.” Los Mugabes de la vida salen de coyunturas como ésa. Por suerte para la India, aunque a Nehru le pusiesen cachondo la adulación y el liderazgo, creía en la democracia y hubo barreras que no quiso cruzar. Mantener la unidad interna del partido por medio de la persuasión fue más importante para él que imponer sus ideas a toda costa.