Existe un tipo de artista femenina muy particular: la que te viola los oídos. Da igual que sea guapa, fea, rubia, morena, blanca, negra, china. Su voz te pone cachondo. Aquí cada cual tendrá sus debilidades. A mí, personalmente, me ocurre con Janis. Su peculiar e inconfundible garganta, casi siempre forzada, y su pasional interpretación remueven mis más bajos instintos (en paz descanse pero no la tocaría ni con un palo, dicho sea de paso). Otros se estarán acordando de la mantis, ahora mismo. Y yo también. Cómo no.
Supongo que su principal activo radica en la visceralidad con la que cantan, su olor a derrotas, la sordidez, el beso de esos labios que han mordido el polvo del camino; su relato del fracaso. Soy ese tipo de enfermos que encuentran belleza estética en la derrota. Qué le vamos a hacer.
He leído bastantes cosas que versaban sobre todo esto acerca de Maika Makovski. Y sí, en su tercer disco homónimo hay atmósfera y buenas letras y el aire P. J. Harvey que proporciona Robert Parish a la producción contribuye a colocarla en ese grupo de artistas amargas. Pero me falta algo, la manta se me hace corta por los pies. Y las desproporcionadas comparaciones con Polly tampoco ayudan.
Por supuesto que Game of dotes y Oh M Ah son temazos, que The deadly potion of the passion respira dolor del bueno y que The bastard and the tramp tiene encanto y capacidad de seducción. Pero en el resto me voy quedando a medias; echo de menos un punto más de rabia, que el cuchillo deje de hacerme cosquillas y corte un poquito más. Porque parecer, parece que puede.
En fin. Que Maika ha tenido un parto sin dolor. Y no me viola. O no me dejo, no sé.