De esta manera cada cual apoya la causa en la medida de sus posibilidades, empuja para revalorizar lo que había perdido el brillo o lo que seguramente nunca lo tuvo, imponiendo, a la fuerza y con éxito moderado, una revisión de la inefable “política de autores” que al final resulta ser la misma política pero con distintos autores. Desde luego todo esto es una operación necesaria y refrescante para el panorama de popes apolillados, nombres repetidos de santoral cinéfilo o estatuas de puro mármol, de puro talento, de puro magisterio, algunas también de pura naftalina. Pero también se corre el riesgo de pasarse, de que la euforia haga ver chiribitas y que el olvidado se convierta de golpe en indiscutible, en nuevo canon. En ese momento toca empezarlo todo de nuevo.
En el estudio (¿único?) que Antonio José Navarro le dedicó en la fundamental revista Dirigido Por (Marzo/Abril 2009, nº 387-388) el propio De Toth se expresaba así: “Quizás resulte extraño, pero a lo largo de mi carrera jamás pensé ¡vamos a hacer arte!. Simplemente me gustaba hacer películas. Eso es todo”
Por su parte Navarro define con exactitud a toda una especie de cineastas a la cual De Toth pertenece con orgullo: “(…) un cine provisto de una mirada seca, limpia, organizada(…). Una mirada, indiscutiblemente personal, de ningún modo expuesta en primer término, acaso porque De Toth era consciente de cuanto tiene de oficio la creación cinematográfica: hacer lo mejor posible aquello que debe hacerse, afrontando toda clase de limitaciones”. Una sentencia que es un modo de vida, extraño en tiempo de directores sin oficio que quieren ser autores antes de saber hacer películas, e igualmente marciano ahora que exaltamos al sabor del mes sin querer ver, o sin saber siquiera, que su cine era viejo hace treinta años.
El film es esencial y despiadado, de un naturalismo áspero contrapuesto a un no menos crispante expresionismo en un curioso dispositivo que identifica a cada uno de los antagonista con una solución plástica: el policía, soberbiamente interpretado por un brutal Sterling Hayden, está expuesto a la luz lechosa de la comisaría y recogido en leves contrapicados. Un entorno de raíz documental y directa, hasta sórdido (la panorámica que da cuenta de la patética clientela de la comisaría), a juego con la tipología y vestuario del resto de policías. El héroe, al cargo del estoico Gene Nelson (un actor rematadamente mediocre, hay que decirlo, pero cuyo rictus entre gélido y resignado casa bien con las intenciones del director), aparece en cambio rodeado por sombras, enmarcado por una planificación/iluminación estilizada, típicamente expresionista “a la americana” en muchos instantes, que bien puede ser íntima -tumbado en la cama junto a su esposa, ambos recogidos en un expresivo primer plano compartido o el
Violencia, desesperación, traición. Todos los personajes se encuentran en estas situaciones a lo largo del film y solo de ellos, de su disposición moral, depende el ejercerlas. Así todos se definen por lo que hacen y por como lo hacen, por sus gestos de criaturas con un pie en la realidad más ácida y otro el universo pulp: el palillo en la boca de Hayden en lugar de un cigarrillo que intenta dejar (y que solo recupera al final, cuando pese a intentar ser agradable sigue resultando intimidante), la sonrisa idiota de Charles Bronson y su gesto obcecado y feliz al machacar al alcoholizado veterinario que ejerce de médico para criminales (Jay
Pero también la planificación, la puesta en escena se define por sus actos, por la acción. Así el film se abre con un plano desde un coche que preludia el calamitoso asalto a una gasolinera y similar recurso se empleará en el golpe, igualmente desastroso a un banco. Lo cual sirve a De Toth para, por un lado otorgar verismo facilitando el rodaje en escenarios naturales e incluir al espectador de forma directa en la acción (narración) y por otro para, sutilmente, avisar de al analogía entre un hecho conocido y otro por conocer de resultados muy similares al final. Ambos golpes están además resueltos con similar virulencia, aunque el del banco resulta más brillante y llamativo gracias a al amplitud del espacio, los diferentes
Frenética, pero nunca atropellada, amarga hasta en el obligado final esperanzador, Crime Wave define la ética del cine barato, su valor testimonial, urgente sobre una época,la América de mediados de los 50 que se expone con crudeza pese a los llamativos adornos de género y cuya historia de emoción al límite se reduce a comprobar que un hombre no puede reformarse porque, sencillamente, no van a dejarle. Su cotidianidad, su vida misma, son un espejismo, un teatrillo que depende de la voluntad de terceros, no de la propia, definitivamente extirpada.
Director: André De Toth
1954
USA
73 min.
Fotografía: Bert Glennon (b/n)
Música: David Buttolph
Montaje: Thomas Reilly
Guión: Crane Wilbur, Bernard Gordon, Richard Wormser
Reparto: Sterling Hayden, Gene Nelson, Phyllis Kirk, Ted de Corsia, Charles Bronson, Jay Novello, Timothy Carey, Nedrick Young, James Bell, Dub Taylor, Gayle Kellogg