Desde el 2017 no había regresado a Chile, organizar en su capital el 1º Encuentro Grandes Viajeros Chile fue el motivo por el que en marzo, por cuarta o quinta vez, volví a este país. Como hasta que empezara mi viaje en moto estaría varios días en Santiago, no tuve duda en cuanto a la zona donde reservar un hotel, el barrio de Providencia. Son muchos los que allí se encuentran, pero me habían recomendado el hotel Diego de Velázquez, que además de buena ubicación e instalaciones, buen precio y empleados siempre atentos, dispone de garaje y de una pequeña piscina. El primero imprescindible para guardar la moto y la segunda, en la época del año en que viaje, sino imprescindible, al menos sí de agradecer. La elección fue un acierto, tanto que antes de abandonarlo ya dejé reservada otra noche para 15 días después, cuando regresara a devolver la moto y tomar el vuelo de vuelta.
En el aeropuerto me estaba esperando alguien a quien yo no conocía, pero que un amigo común nos había puesto en contacto. Allí estaba Lavanchy, con cartelito de bienvenida incluido, para amablemente llevarme a mi hotel. Allí mismo me comunicó que la noche del viernes yo estaba invitado a una cena que él había preparado con otros amigos suyos, también viajeros en moto y que asistirían el sábado al E.G.V, Desde el jueves hasta el domingo por la mañana, lo dediqué a reencontrarme con conocidos, atender invitaciones y a ultimar con el gerente de Mototravel Chile, Juan Pablo Silva y su equipo, a quienes conozco desde hace años, los detalles del E.G.V que celebraríamos el sábado.
También llegó a la capital chilena para asistir al E.G.V mi amiga Thalía, integrante del equipo organizador del E.G.V en Perú. Son tantos los amigos que tengo en Santiago, antiguos y recientes, que no tuve días suficientes para poder aceptar las invitaciones que me llegaron. A pesar de todo, entre unas cosas y otras todavía saqué tiempo para ver algunos lugares de Santiago que no había visto en anteriores visitas, como el Cerro San Cristóbal o la Torre Costanera que se anuncia como el mirador más alto de América latina.
Había pedido a Juan Pablo que me tuviera preparada una BMW 850 GS, pero al vernos me comentó que ahora sólo tenía disponibles varias 1250 GS. Con sólo hacer el trayecto desde sus instalaciones a mi hotel, ya me dí cuenta que a pesar de su volumen, se manejaba mejor que mi 1200 RT. Tenía mis dudas al respecto, pero esos escasos 7 kilómetros hasta mi hotel, y además entre el trafico de Santiago en un día laborable, me las despejaron rápidamente.
El E.G.V fue todo un éxito, tanto que al finalizar ya dejamos fijada la fecha para la edición de 2024, 9 de marzo. En la web de los Encuentro Grandes Viajeros están la crónica y las fotos del mismo.
El itinerario que había planeado para los siguientes 15 días me era conocido prácticamente en su totalidad, ya que lo había realizado en mi último viaje hacía 6 años. Volver a recorrer las mismas carreteras que entonces puede parecer extraño, pero la finalidad del viaje de 2023 tenía un objetivo principal, volver a encontrarme con amistades chilenas y argentinas, repartidas por Santiago, Viña del Mar y Copiapó en el lado chileno, y en Villa Unión y Mendoza en la parte argentina. Los puntos claves del recorrido serían la costa chilena, Atacama, la ruta 40, y el paso Libertadores, a los que habría que añadir la única ruta nueva que tenía marcada y que resultó ser la estrella del viaje. Se trataba del Paso San Francisco, frontera entre Chile y Argentina y situado a casi 4.800 m de altitud.
Como excepto el citado paso, el resto del recorrido ya está en esta web por el viaje de 2017, no me detendré más de lo necesario en el mismo. Los dos días que estuve en la siempre bonita Viña del Mar, los empleé para descansar, volver a ver a mi amiga Marite, a quien conocí en mi viaje a Ushuaia en el 2006, y hacer una visita turística a Valparaiso, que se encuentra a sólo unos minutos de Viña.
A partir de ahora ya empezaba el viaje más «en serio» » y puse rumbo a Copiapó, separada casi 800 kilómetros. Como sabía que gran parte del camino es una magnífica y solitaria autopista, decidí poner a prueba la 1250, con lo que no contaba era que a velocidades digamos «altas» su autonomía es muy escasa. Prácticamente en una hora, tras haber llenado por completo el depósito, me saltó el aviso de la reserva de combustible. Este hecho en Europa no supondría mayor inconveniente, pero allá las distancias entre gasolineras son bastantes más grandes. Por suerte aquello me sucedió a unos 50 kilómetros de la ciudad de La Serena, donde por cierto tenía pensado comprar una garrafa de 10 litros para llevar la gasolina extra que iba a necesitar para el Paso S.F. Lo más importante, la moto había superado con muy buena nota su manejo en autopista.
No quedaba otra que reducir drásticamente la velocidad de crucero o de lo contrario no llegaría en marcha. Tras repostar y con la seguridad que da llevar esos 10 litros extras sujetos al top case, seguí camino a Copiapó. Esa noche mis amigos de allá, Germain y su esposa Gleny, a quienes Conchi y yo conocimos en el 2009 camino del Perú, me tienen preparado un estupendo asado. Previamente brindamos con pisco-sour por mi nueva visita a su casa.
El Paso San Francisco estuvo cerrado desde la pandemia hasta enero de 2023 cuando las autoridades chilenas y argentinas decidieron volver a abrirlo, aunque por el momento sea solamente los lunes y los jueves. Esos datos indican que no es una frontera muy transitada, los motivos son varios. Por una parte está que el trayecto en el lado chileno discurre en casi su totalidad por camino de ripio. Otro motivo, bajo mi punto de vista, es que el paso une Copiapó con Fiambalá y ambas están situadas en regiones con un bajo número de habitantes. Y el último motivo es que desde que se abandona Copiapó hasta que se alcanza Fiambalá, debes recorrer prácticamente 500 kilómetros en los que tu vista se hartará de paisajes majestuosos, de cumbres nevadas, de lagunas andinas…Pero no encontrarás ninguna población, ninguna gasolinera, ningún rastro de civilización excepto los puestos fronterizos de los dos países y algunos excursionistas aficionados a la alta montaña. Por todo ello es normal que la gente utilice otros pasos más acondicionados y por ello también más transitados.
Depósito lleno, garrafa llena, algo de comida y bebida en el top-case, teléfono cargado, aunque durante muchas horas éste sólo sirva para tomar fotografías porque no habrá señal de telefonía, un día radiante, todo está preparado para el viaje. A unos 10 kilómetros al este de Copiapó se deja la carretera principal y se toma la que lleva al paso. En el primer kilómetro, primer contratiempo, encuentro un cartel en el que leo «Paso San Francisco cerrado», el corazón me da un vuelco, «hoy es jueves, no me he equivocado de día». Hago una llamada a Germain y tras unos minutos de espera, me contesta tranquilizándome diciendo que después de contactar con una amistad suya que trabaja en el departamento de fronteras, me asegura que hoy el paso está abierto en ambos sentidos.
El puesto chileno está situado unos 60 kilómetros antes de la frontera geográfica, hasta ese puesto el camino es todo ripio, después éste desaparece definitivamente y deja su lugar al asfalto. Estamos en Atacama y el paisaje, como es lógico, es desértico, al principio el camino es bastante fácil, pero a medida que se avanza y se empieza a tomar altura, la cosa se complica un poco. Aparecen las curvas, la tierra y las piedras sueltas, y con esta moto, con sus maletas cargadas, viajando solo y con estos neumáticos mixtos, hay que tomar ciertas precauciones, o al menos yo las tomo. Tener una caída, aunque sea a baja velocidad, puede ser un gran problema. Con calma, sin prisas, con paradas para disfrutar en silencio de estos paisajes, sigo avanzando. Solamente he encontrado a otro vehículo, es un coche con placas de Argentina, pero como su conductor no hace tantas paradas como yo, solamente coincidimos en una de ellas.
Cuando se alcanzan los 4.000 metros aparece una gran planicie con algunos salares, el camino ahora, aunque sigue siendo ripio, está muy asentado y se puede viajar a una velocidad bastante decente, pero la belleza de lo que me rodea hace que se multipliquen las paradas. Sobre las 12 del mediodía llego al puesto chileno, en teoría he dejado atrás la zona más complicada y ahora el asfalto ya me permitirá avanzar a una mayor velocidad. Lógicamente en el puesto soy el único viajero, así que tengo a todos los funcionarios a mi disposición. Al final he empleado más tiempo en la posterior charla con ellos que en realizar los trámites fronterizos. Me adentro en la zona de los 6.000, está claro que su nombre no es porque la carretera llegue a esas alturas, su nombre se debe a que discurre entre 3 volcanes, el nevado Ojos del Salado (6.891 m) El Muerto (6.018 m) y el nevado Incahuasi (6.638 m) cuyas cimas están por encima de esa cifra.
Me habían advertido que no pasara de largo la Laguna Verde, ¿cómo hacer eso? se encuentra a la izquierda de la carretera y aunque no quieras, los ojos se irán derechos a ella. Como el sol brilla con fuerza y está en todo lo alto, a pesar su nombre las aguas de la laguna presentan un intenso color azul. Allí me encuentro con una pareja de argentinos que viajan en una destartalada Fiat Ducato, van hacia Chile, hablamos un rato y les pregunto que cuándo piensan pasar la frontera. «Hoy mismo» me responden. «Pues ya pueden apurar, porque la cierran a las 5 de la tarde, hasta Copiapó hay una buena tirada y es todo ripio», les comento. No parece importarles mucho, claro, tienen la furgoneta preparada para dormir en ella.
Sin apenas darme cuenta abandono Chile y paso a Argentina, estoy a más de 4.700 m pero por fortuna no siento nada fuera de los normal a esas alturas. El puesto fronterizo argentino está unos 20 kilómetros más adelante, según me voy acercando al mismo, me sorprende lo que veo, una cola de unos 10 vehículos esperando a hacer los trámites desalida. No sé porqué motivo todo el tráfico que no he encontrado hasta ahora, lo encuentro aquí, sólo espero que no se deba a que haya algún problema en el puesto. Parece ser que es sólo casualidad o que la gente ha hecho lo mismo que yo, disfrutar de la ruta y apurar la hora de salida y llegar al puesto antes de la hora de cierre, las 17 h. y ahora son casi las 16 h. Me doy cuenta que desde que desayuné en Copiapó, prácticamente no he comido nada, por lo que ocupo la espera reponiendo fuerzas con algo de fruta y unas galletas que llevo en el topcase.
Como simpre el bueno de Juan Pablo me entregó junto con la moto todos los impresos, ya rellenados, para los pasos de frontera, por lo que en pocos minutos la moto y yo estamos legalmente en Argentina. A partir de este punto la carretera es una continua bajada, el asfalto está en excelente estado y se van alternando las curvas de gran radio con las largas rectas. La moto se maneja perfectamente, la temperatura es ideal, el paisaje sigue siendo espectacular, voy bien de tiempo, y aunque me salta el aviso de la reserva. no me intranquiliza como el otro día, mi garrafa está preparada para entrar en acción…Todo esto en conjunto hace que me sienta feliz ¿qué más puedo pedir?.
Desde el año 2006 que vine por primera vez a Sudamérica, no sé exactamente cuantas veces habré cruzado Los Andes, seguramente en más de 30 ocasiones y sin duda, para mí, desde Colombia hasta el sur de Chile, el San Francisco es de los pasos más hermosos que he hecho. Y como me sucede siempre que recorro Los Andes por carreteras y caminos poco transitados, la sensación de grandiosidad por sus paisajes, mezclada con una dosis de soledad y fragilidad, hace que mi disfrute sea mayor, y por ello Los Andes me siguen gustando tanto y son de mis recorridos favoritos en el mundo.
Fiambalá, popular durante los años en que era punto final de la etapa del Dakar que tenía su comienzo en Copiapó, me causa una gran decepción, es solamente un pequeño pueblo, poco más que una aldea. Ni me molesto en buscar la gasolinera y mucho menos un hotel. Aquí ya tengo acceso a Internet, miro cuánto falta hasta Tinogasta y veo que allí hay todos los servicios y varios hoteles. Aprovecho la parada para vaciar por completo el contenido de la garrafa en el depósito y pongo rumbo a este otro pueblo.
En la plaza pregunto por el mejor hotel y amablemente un hombre se sube a su pequeña moto y me lleva hasta la puerta. No habría sido necesario, está a 2 calles de la plaza, pero al hombre le quedaba camino de su casa. Esto es Argentina y para un extranjero hay dos cosas que hacer antes de nada. En primer lugar conocer el cambio del «dólar blue», el no oficial, de ese día y lo segundo, ya con ese dato, encontrar a alguien que te cambie dólares por pesos. Para lo primero llamo a mi amigo de Rosario, Ariel Accoroni, con quien he quedado en encontrarnos en un par de días en Mendoza, y él me lo facilita. Y para lo segundo, en el hotel me dicen que pregunte en el puesto de la Policía. Puede parecer surrealista que si vas a cometer algo que en teoría es una «ilegalidad», primero preguntes a la policía dónde llevarla a cabo, pero esto es Argentina. Entro en la comisaria y con cierta cautela pregunto, el policía que me atiende me recomienda una tienda-bar que está en una esquina de la plaza. Con el tipo de cotización diaria de la que informó Accoroni y un poco de regateo, en el bar consigo una buen cantidad de pesos que me permiten pagar el hotel la cena, llenar el depósito…Por una cantidad 3 ó 4 veces menor que si hubiera hecho el cambio oficial.
La noche es calurosa en Tinogasta, por lo que después de la cena y tomar un trago, al regresar al hotel aprovecho antes de irme a dormir para darme un baño en la piscina.
Es viernes y el sábado he quedado en Mendoza con Accoroni, estoy a unos 800 kilómetros y antes tengo otra parada en Villa Unión, en plena Ruta 40, allí me espera la doctora De la Vega. Con todo preparado para marcharme, voy a la gasolinera a llenar depósito y garrafa, pero me encuentro con algo que no contaba, una larga fila de vehículos esperan su turno. Tras casi una hora para que llegara el mio, por fin dejo atrás Tinogasta y salgo a la carretera. El día está caluroso, más de 30 grados marca el termómetro de la GS. En Alpasinche conecto con la 40 y ya no la abandonaré hasta Mendoza. Vuelvo a viajar por carreteras ya recorridas en años anteriores. Al pasar por Chilecito veo unos restaurantes, normalmente a la hora del almuerzo no suelo entrar en ellos, hace mucho calor y aunque según el GPS me quedan menos de 2 horas para Villa Unión, decido parar a comer algo ligero, descansar un poco y luego ya afrontar la última parte del viaje hasta mi destino de hoy.
A la doctora Elena de la Vega la conocí en mi viaje del 2017, cuando después de pasar la noche en Villa Unión, a la mañana me levanté con el lado izquierdo de mi cuello totalmente inflamado, tanto que prácticamente no podía ponerme el casco. Fui al pequeño hospital que hay en el pueblo y ella me atendió con rapidez, amabilidad y profesionalidad. Tenía un dermatitis al parecer producida por el sudor y el roce del casco. Tras un «chute» de penicilina y unos antibióticos, un par de horas después, aunque la zona seguía inflamada y enrojecida, el casco ya entraba más o menos bien y pude seguir mi viaje. Ambos nos alegramos de vernos tras estos años.
Esa noche, desde la habitación de mi hotel, escuché la tormenta que descargaba sobre Villa Unión, pero a la mañana siguiente, yendo en dirección Mendoza pude comprobar que donde realmente la lluvia había sido fuerte había sido en esta zona, al sur de Villa Unión. Por aquí la 40 presenta una larga recta de cerca de 80 kilómetros, pero durante gran parte de ellos cada pocos cientos de metros te encuentras con badenes producidos por los «huaicos», las avalanchas de agua y piedras que la lluvia arrastra desde las montañas. La vez anterior los badenes estaban secos, pero esta mañana y debido a la lluvia caída anoche, todos están en mayor o menor medida con agua, con barro, con piedras. Como con los años uno se vuelve más prudente, y aunque ello retrase mi viaje, no queda más remedio que pasarlos con cuidado, incluso en alguno, antes de cruzar, me bajo de la moto y le echo un vistazo previo.
A primera hora de la tarde y bajo una tórrida temperatura (hasta 38º llegaron a aparecer en el marcador) alcancé Mendoza y allí estaba mi amigo Accoroni esperándome. El Accoroni es un gran tipo, se había hecho casi 900 kilómetros ( más luego la vuelta a Rosario) en su Yamaha 250 c.c para pasar pasar menos de 24 horas juntos. Habían transcurrido 6 años desde que nos conocimos en la Gran Salina, al norte de Argentina. Tras ponernos al día, salimos a celebrar el sábado noche en Mendoza, y lo celebramos bien, porque la noche en esta ciudad no tiene nada que ver con otras de Argentina. Hay fiesta, hay gente, hay terrazas llenas, pero no vimos ningún altercado, ninguna bronca, todo bien y eso que Accoroni y yo aquella madrugada debimos ser los «cierra bares» de Mendoza.
A la mañana siguiente tuvo el detalle de acompañarme hasta la frontera del Paso Libertadores, y aprovechamos para hacer una parada en el Puente del Inca, de paso Acooroni aprovecho para preparar un mate, aunque él sabe que yo no tomo, se empeñó en preparar también para mí.
En la frontera nos despedimos con la seguridad de que esta vez no pasará tanto tiempo hasta que nos encontremos de nuevo, allá o acá. Como yo ya no iba a necesitar la garrafa, se la regalé a él.
La última vez que cruce Los Libertadores lo hice bajo una ventisca de nieve, tan fuerte era que nos tuvieron retenidos en Uspallata, la ultima localidad argentina, hasta que mejoraron las condiciones. En esta ocasión luce el sol y puedo disfrutar del paisaje, además voy sobrado de tiempo y no tengo necesidad de llegar hoy mismo a Santiago. A media tarde, en el pueblo llamado Los Andes, y en un hotel que ya conocía, di por terminada la jornada de moto de hoy, y además así me recuperaba de la noche mendocina.
El lunes en la tarde, después de dar un rodeo por la costa, aparqué la moto frente al hotel Diego de Velázquez y los siguientes días los dediqué a cumplir los compromisos que había dejado pendientes hacia 2 semanas. Entre ellos una cena que tenía pendiente de invitar a mi amigo Lavanchy y su colegas. Cenamos juntos y claro, a la hora de pagar, no me dejaron ni hacer el mínimo intento.
El viaje ha superado las expectativas que me había creado, y eso que ya eran altas. Todo ha salido perfecto, he disfrutado recorriendo carreteras conocidas y por supuesto con la novedad que ha sido cruzar el Paso San Francisco, y también he disfrutado manejando la 1250 durante casi 4.000 kilómetros y por tipos de terrenos muy variados, desde la rápida autopista de Atacama, a la retorcida carretera de Los LIbertadores, pasando por ripios y trochas de todo tipo.
Tanto la disfruté y tan buen recuerdo me dejó, que a mi regreso cambié mi 1200 RT por una 1250 GS, con eso está dicho todo.
Pero por encima de todas esas satisfacciones para mí lo más grande ha sido el reencuentro con los amigos y haber conocido a otros nuevos que sumo a la larga lista de amistades repartidas por Sudamérica.
Adiós Santiago, hasta luego amigos, el próximo marzo nos vemos.