Cuando me apunté a Facebook y empezaron a resurgir personas de mis años escolares, estaba segura de que se asombrarían al ver que era más extrovertida y estaba de mejor ver en comparación con el espanto de niña empollona e introvertida que conocieron 30 años atrás. Ay, pero eso no fue lo que escuché.¨¡Estás tan estupenda como siempre!” “Eres igual de guapa y simpática que cuando ibas al colegio” “Ay, pero cómo me gustabas …” me decían. Al principio pensé que se pitorreaban, luego imaginé que no me recordaban bien. Y después de que un buen amigo de aquel entonces me escribiera hoy por e-mail que “todos los chicos de la clase pensábamos que eras la más guapa, pero nos intimidaba tu inteligencia y madurez”, tuve una especie de revelación.
No sé si reírme o llorar. Pero ¿Cuántas otras mujeres habrá por ahí aún sintiéndose patitos feos cuando en realidad son preciosos cisnes?
Quisiera volver hacia atrás en el tiempo y decirles a esas dos niñitas que están bien, que se las quiere, que están perfectas y son buenas, que tienen agallas. Que las cosas no siempre irán bien, pero que superarán todo de una manera o de otra y llegarán a ser mujeres fueres y capaces. No puedo volver y decirles nada a esas niñas, pero puedo darme cuenta ahora de que nunca fui Betty la Fea, salvo en mi mente. Desde luego, sé que mi hermana no lo era.
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