Al feminismo, en sus diversas formas, le debemos un sinfín de logros y conquistas. Sin embargo es al mismo feminismo al que le podemos imputar el más grande de los pecados: haberle dado la razón al hombre.
En su afán por demostrar que las mujeres merecemos gozar de los mismos derechos de los hombres, el feminismo terminó por demostrar que la mujer es capaz de hacer y lograr las mismas cosas que aquél. Pero se olvidó, en el camino, que la mujer es también capaz de lograr otras cosas. Y así, por demostrar que la mujer no es "solo un útero", olvidó que la mujer es también un útero. Y digo que cometió un gran pecado al darle la razón a los hombres, porque para exigir los mismos derechos, aceptó que se le exija ser igual que un hombre, desplazando y rechazando ella misma su naturaleza femenina, negando su gran poder creador o, en la mayoría de los casos, aceptándolo pero negándole importancia, como si crear vida y formar a las generaciones futuras fuera un hecho sin trascendencia que se puede equiparar a una simple tarea doméstica. Hemos encarnado durante mucho tiempo las luchas de nuestros ancestros, hemos intentado reivindicar lo femenino desde un lugar masculino, hemos pretendido ser mujeres masculinizadas, despreciándonos a nosotras mismas y a nuestra femineidad. Pero esa ya no es nuestra lucha. Entre el machismo, que tanto daño hizo a la mujer, y el feminismo, que tanto daño hizo a la mujer, hay un punto medio: el punto de la conciliación.Es en el complemento donde es posible aspirar a la perfección. Es tiempo de sanar: para dar paz a nuestros antepasados, para darnos paz a nosotras mismas y para darles paz a nuestros hijos y los hijos que vengan a través de ellos. Porque mientras los niños sean concebidos en medio de una lucha de sexos, mientras sean fruto de la guerra, la venganza y el resentimiento, ningún cambio positivo será posible en el mundo.
Y esa es solo mi humilde opinión. Mónica Kofler