El pecado y Pablo Iglesias

Publicado el 06 julio 2014 por Javiersoriaj

Por Antonio Álvarez-Solís, en Insurgente.org (sin fecha)

He releído, con la natural parsimonia que demanda toda buena lectura, la serie de papeles que se han publicado en torno a la visita de Pablo Iglesias, líder de Podemos, a Euskadi, en donde habló con líderes políticos y sociales vascos acerca de la voluntad independentista de Euskal Herria para coronar la obra ingente de pacificación con España y sobre la necesidad popular de atender a sus presos como natural y noble sentimiento de familia. Es decir, fue una visita con grandeza política, con las manos llenas de paz frente a todo persistente odio. Una visita para saber y entender. De esa relectura hecha con buena fe y afán de concordia solo he concluido que cualquier propósito de información serena y propósito de concordia, que es lo que adivino en el Sr. Iglesias, sigue estrellándose contra un muro que protege la enemistad del otro. Y he retornado a meditar sobre este problema español que a quienes perjudica en primer lugar es a los españoles mismos, ya que toda dureza provoca un incómodo y multiplicado malestar en el que la practica. España es objeto de agresividad en muchos lugares del mundo porque España es agresiva y, lo que es peor, impotentemente agresiva. España protagoniza un imperialismo que nunca ha sabido manejar porque no ha tenido nunca en cuenta al sometido a su poder, ni para bien ni para mal. Con una elemental y arcaica postura catequística en todos los sentidos ha transformado en mala religión, en una religión sorda, todo su quehacer social, político y moral. ¿No es así, Sr. Fernández?

España ha transitado por la historia con un profundo desprecio a la Ilustración, un fenómeno que alumbró en otros países, especialmente en el siglo XVIII, el camino a la modernidad que logró convertir al ser humano en un ser reflexivo y multicomprensivo. O como escribe Eduardo Subirats en su obra «Una Ilustración insuficiente», un camino que transforma al hombre en un ser «que se interroga a sí mismo, piensa por sí y eleva con entera independencia la propia razón como único juez de la verdad». En España «no ha existido la Ilustración». España es un roquedal a disposición del propietario de la finca. El mismo Menéndez y Pelayo dice en su monumental obra acerca de «Los heterodoxos españoles», que «la heterodoxia española es la ruin y tristísima secuela de doctrinas extrañas». En esa fosa común ha sido sepultados Feijoo, Jovellanos, Cadalso, Cabarrús, Campomanes, Mutis, Meléndez Valdés, Lista, Iriarte…

El siglo XVIII se desperdició entre el barroquismo y el neoclasicismo posterior. Escribe Subirats que «no hubo en España un escepticismo radical como el de Descartes y Hume, y si lo hubo tuvo que elegir el exilio; no existió una moderna filosofía del derecho como en Hobbes, tampoco tuvo lugar una teoría de la historia como la de Lessing o Herder; el pensamiento nunca llegó a una labor de sistematización y de rigor crítico como en Kant…». En definitiva: «La represión de la figura histórica de la Ilustración es uno de los requisitos del ocultamiento de los elementos constituyentes de la modernidad».

Pues bien, sobre ese fondo represivo del pensamiento libre, resucitado tras la derrota republicana por la dictadura del Genocida, piensa el Sr. Iglesias su viaje a Euskadi para indagar claridades sobre el soberanismo político, sobre los presos de ETA y su presente y futuro una vez liberados, acera de los movimientos sociales vascos… Y rápidamente aparece la Guardia Civil y procede la Audiencia Nacional a detener a los dirigentes de Herrira, un movimiento claro y sin nada clandestino, por su proximidad, dicen, a ETA y su «exaltación» de la misma, por su ayuda económica a los liberados gracias a Estrasburgo y por constituir, según el reaccionario ministro del Interior, católico sin cristianismo, una organización «tentáculo de ETA», a pesar de que pocos meses antes el mismo ministro declaraba muy solemnemente que ETA ya no existía al haber renunciado a los atentados.

O sea, que un líder político que quiere romper el excluyente sistema antidemocrático del Partido Popular y del Partido Socialista se ve en grave compromiso tras unos contactos que debieran constituir, por el contrario, una invitación a la verdadera implicación política en la vida de una sociedad que habría de ser libre. ¿De qué libertad estamos hablando? ¿De una libertad barroca y neoclásica, con los pilares políticos convertidos en un lenguaje de Iglesia puesta en cuestión por el mismo Sumo Pontífice? ¿Es que la vida española ha de continuar muerta y bajo palio con la ayuda de unas fuerzas del llamado «orden público»?

Todo esto resulta aterrador para un ciudadano que quiera vivir en un sistema de pensamiento abierto, democracia real y posibilidad de innovación. ¿A dónde va esta España saltando los obstáculos de toda modernidad? Pues va solo a donde va siempre. Incluso en el empleo malicioso y empobrecedor del lenguaje. Un periódico de Madrid llega a escribir que este contacto del Sr. Iglesias con Herrira, una organización nacida para ayudar a los ciudadanos que han sufrido prisión más allá de lo humano –heroica información–, había sido «desvelado» desde sus páginas. «Desvelar.- Quitar, impedir el sueño, no dejar dormir», según dictan los diccionarios de autoridad. O «desvelar», según el primer diccionario de la lengua castellana, elaborado por Sebastián de Covarrubias: «Perder el sueño o hacer que otro lo pierda como tormento que no deja dormir al acusado». En cualquier caso, ¿qué rara pulsión del inconsciente empuja a los dirigentes de ese periódico a emplear ese verbo que en este caso más bien parece expresar la denuncia de un acto delictivo que subrayar una voluntad de conocer la realidad? ¿Se trata de una información o de una invitación a la intervención policial y de los tribunales para proteger el mal hacer del Partido Popular? Decía Lhutero King: «Para tener enemigos no hace falta una guerra, solo basta con decir lo que se piensa».

¿Hasta cuándo ETA constituirá un arma arrojadiza que sustituya a la razón crítica y a la honestidad de análisis político? ¿Es este el país de cuya resurrección hace alabanza constante el presidente de un Gobierno que habla de sus virtudes dirigentes mientras envía al Parlamento ley tras ley para encorsetar la libre práctica del pensamiento de un pueblo que vuelve a la calle para redimirse de su voto envenenado? Un Gobierno que multiplica el ejercicio de la represión hasta el límite de convertir en policía de hecho a los porteros de las discotecas. Un Gobierno que autorizará a los agentes del «orden» a retener a cualquier manifestante o simple peatón a fin de obtener datos de identidad que han de servir como base de sanción penal caso de una nueva participación en protestas callejeras o actividades que no convengan al poder ministerial. Un Gobierno del que quiero, esta vez sí, «desvelar» su verdadera entraña porque se trata de ejercer el deber de auxilio que en caso de peligro exigen a los verdaderos ciudadanos las leyes civilizadas.

Sr. Iglesias, no sé hasta dónde llegará usted con su pretensión de cambiar un modo ya inicuo de existencia tan solo con el empleo de la palabra, pero le deseo que quepan en su mano todas las libertades. Incluso la vasca. Amén.

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