Pues bien, entre las muchas prohibiciones de la secta pitagórica existía una que siempre llamó mi atención: la prohibición de comer habas. Había por entonces la creencia, importada de Oriente, de que la vida disponía de una cantidad limitada de aliento (aire que se expulsa al respirar, impulso vital). También resulta que entonces, como ahora, no era una costumbre bien vista la de tirarse pedos. Y las habas, es bien sabido, producen gases. La cuestión final es que con cada cuesco no sólo molestaban a quienes estaban a su alrededor sino que además acortaban su vida. Algo parecido a lo que hoy, más de 25 siglos después, nos argumentan contra el tabaco. En fin, ¡prohibido comer habas! y ¡prohibido fumar!. En ambos casos lo que comenzó siendo una cuestión de modales se desplazo al terreno de la salud, individual con las habas, y pública con el tabaco, como bien nos explicaba la nunca bien ponderada Ministra del ramo.
Pues bien, entre las muchas prohibiciones de la secta pitagórica existía una que siempre llamó mi atención: la prohibición de comer habas. Había por entonces la creencia, importada de Oriente, de que la vida disponía de una cantidad limitada de aliento (aire que se expulsa al respirar, impulso vital). También resulta que entonces, como ahora, no era una costumbre bien vista la de tirarse pedos. Y las habas, es bien sabido, producen gases. La cuestión final es que con cada cuesco no sólo molestaban a quienes estaban a su alrededor sino que además acortaban su vida. Algo parecido a lo que hoy, más de 25 siglos después, nos argumentan contra el tabaco. En fin, ¡prohibido comer habas! y ¡prohibido fumar!. En ambos casos lo que comenzó siendo una cuestión de modales se desplazo al terreno de la salud, individual con las habas, y pública con el tabaco, como bien nos explicaba la nunca bien ponderada Ministra del ramo.