Por Toby Valderrama y Antonio Aponte
La Revolución Chavista es sui géneris, especial. No podía ser de otra manera, este es un país con fuertes rasgos propios que obligan a hurgar hondo para poder engranar la esencia de las leyes revolucionarias universales con nuestras singularidades.
La batalla por el Socialismo, que sin dudas es el carácter de esta Revolución, tiene como protagonista principal a una clase especial, los marginados, los barrios, los excluidos. Esta clase merece estudio detenido y debería ser acreedora de atención privilegiada. No hay duda que es allí donde enraíza el chavismo.
Es una clase con fuerte nostalgia campesina, se podría decir que es una clase campesina en proceso de adaptación a la urbe. Mantiene rasgos campesinos, y con ellos se adecúa a las condiciones de la ciudad: la independencia, la individualidad originada en la agricultura de conuco, el enfrentamiento directo al medio ambiente, la cacería, la superstición, el pensamiento mágico. En lo político, aún conserva en su imaginario las galopadas a la zaga del caudillo. Bolívar y Zamora, anidan en sus altares psíquicos, y están en la base del fenómeno Chávez.
Esta clase excluida allá por los años sesenta, luego de la traición del 23 de Enero del 58, fue impactada por el aluvión revolucionario que emergió del ejemplo de la Revolución Cubana, muchos fueron sus hijos, enriquecieron la experiencia guerrillera de las décadas posteriores, las de la guerra de la dignidad, no es momento para analizar esa etapa, sólo nos interesa destacar que esa clase adquirió altos niveles de politización, es notable la tarea de los partidos revolucionarios de la época. Con la derrota de esa guerra, la politización disminuyó su influencia orgánica, no obstante queda sembrado el ejemplo, la ética revolucionaria.
Es así que la orfandad de metas, de visión política, es solventada con la creación de colectivos con una ética cargada de un fuerte contenido humano, de solidaridad, de hermandad, pero con visión local, pérdida del sentido nacional. La ausencia de lo universal los confina en lo local, de ese fenómeno surgen ventajas y carencias.
Lo meramente local, sin visión universal, necesariamente produce una ideología muy limitada. El bienestar del entorno es la meta ética, se pierde el sentido de totalidad, de la sociedad, es un terreno fértil para el egoísmo. En esas condiciones impera el axioma: si beneficia al entorno es bueno, si lo perjudica es malo, el resto no importa.
Sin embargo, la ética revolucionaria, la reserva moral de esos colectivos, el eco de épocas pasadas cargadas de heroísmo y fraternidad hacen de esos colectivos reservorios revolucionarios. He allí la explicación de su cabalgada al lado de Chávez, del proceso de repolitización extraordinario que ocurre con el chavismo.
Ahora, con la ausencia de Chávez presenciamos un nuevo proceso de despolitización que trae graves peligros para la Revolución.
La suerte de esta Revolución depende -hoy más que nunca- de la claridad política de los barrios, atendidos hoy sólo en lo material y abandonados en lo espiritual, despojados de su líder y también de las razones sagradas por la cuales luchar… sumidos en esa peligrosa orfandad que es propicia para los brotes anarcoides.
Es necesario en los colectivos reactivar las metas sagradas, rescatar la queribilidad de la dirección nacional, elevar la visión a lo nacional, salir del entorno y del presente, reavivar los objetivos universales. Pasar a la organización nacional, a los organismos coordinadores.
Sería útil organizar un instituto de estudios políticos propio de los colectivos, fundar escuelas de cuadros de los colectivos, que alimenten estos valores universales, combatan los valores del egoísmo, quizá una “Misión Colectivo” encargada de estudiar esa manifestación de la lucha social, de darle cauce revolucionario.
Sólo así podrán convertirse en motores del proceso revolucionario, y no caerán de manera inconsciente en acciones anarcoides que benefician al capitalismo oligarca.
¡Viva Chávez!