Tengo la gran suerte (humana y literaria) de haber tratado a Lola López Mondéjar desde que comenzó a publicar libros. Hablamos del año 1997 y la obra fue Una casa en La Habana, que me gustó sobremanera y así lo escribí. Otro tanto hice tres años después en relación a Yo nací con la bossa nova. Luego, cayeron en mis manos algunos relatos suyos, dispersos por antologías; y muchos artículos de prensa, de los que iba sacando en el diario La Opinión. Pero me faltaba por leer un volumen completo de sus cuentos, un prontuario donde conocer por extenso las habilidades que atesoraba en el terreno (siempre tan resbaloso, siempre tan complicado) de la narración breve. Y ahora la editorial madrileña Páginas de Espuma, impulsada por Juan Casamayor, me ha dado esa oportunidad con El pensamiento mudo de los peces. Y el volumen (conviene decirlo desde el principio) es fantástico. Y lo es por muchas causas: por su exquisito catálogo de personajes, por la sencillez elaborada de sus argumentos, por las indagaciones anímicas que nutren sus páginas (y que Lola, psicoanalista de profesión, borda), por su lenguaje ecuánime y ajustado. Así, nos encontramos con seres que viajan hacia la frontera y que nos permiten conocer los límites psíquicos del ser humano (“Tomy Amador”); con chicas doloridas, que sufren el acoso de un pasado atroz (“Mar”); con mujeres alienadas que, gracias a un aforismo de Paracelso, comienzan a advertir las paulatinas renuncias que pueblan su vida (“El pensamiento mudo de los peces”); o tenemos noticia de las dádivas sexuales que es capaz de ofrecer una mujer compadecida (“Rehén”); u observamos cómo un hombre puede convertir a una mujer en salvaguarda o en isla, frente al naufragio de la cotidianidad (“Marta”); o constataremos qué siente una muchacha herida por la bofetada de la decepción (“Pensamiento de amor”); o conoceremos a seres tan magnéticos como Clara (que elude una culpa mediante el artificio del conformismo), Luisa (que se retira al campo para no sufrir la agresión envidiosa de sus antiguos amigos) o Wuó (que alivia su soledad descubriendo la mágica frontera de la lluvia). Mil historias, mil corazones, mil abismos. El pensamiento mudo de los peces es un vademécum de seres infelices, que vagan a la deriva en el naufragio del existir. Tal vez lo que Lola López Mondéjar pretenda explicarnos en estas veinte propuestas es que todos somos, en el fondo, fracasados irremediables, fracasados esenciales, que eludimos la asunción de ese dato mediante la añagaza de refugiarnos en la amnesia, o en la memoria corta de los peces, o en la memoria guadiánica. Quién sabe.
Tengo la gran suerte (humana y literaria) de haber tratado a Lola López Mondéjar desde que comenzó a publicar libros. Hablamos del año 1997 y la obra fue Una casa en La Habana, que me gustó sobremanera y así lo escribí. Otro tanto hice tres años después en relación a Yo nací con la bossa nova. Luego, cayeron en mis manos algunos relatos suyos, dispersos por antologías; y muchos artículos de prensa, de los que iba sacando en el diario La Opinión. Pero me faltaba por leer un volumen completo de sus cuentos, un prontuario donde conocer por extenso las habilidades que atesoraba en el terreno (siempre tan resbaloso, siempre tan complicado) de la narración breve. Y ahora la editorial madrileña Páginas de Espuma, impulsada por Juan Casamayor, me ha dado esa oportunidad con El pensamiento mudo de los peces. Y el volumen (conviene decirlo desde el principio) es fantástico. Y lo es por muchas causas: por su exquisito catálogo de personajes, por la sencillez elaborada de sus argumentos, por las indagaciones anímicas que nutren sus páginas (y que Lola, psicoanalista de profesión, borda), por su lenguaje ecuánime y ajustado. Así, nos encontramos con seres que viajan hacia la frontera y que nos permiten conocer los límites psíquicos del ser humano (“Tomy Amador”); con chicas doloridas, que sufren el acoso de un pasado atroz (“Mar”); con mujeres alienadas que, gracias a un aforismo de Paracelso, comienzan a advertir las paulatinas renuncias que pueblan su vida (“El pensamiento mudo de los peces”); o tenemos noticia de las dádivas sexuales que es capaz de ofrecer una mujer compadecida (“Rehén”); u observamos cómo un hombre puede convertir a una mujer en salvaguarda o en isla, frente al naufragio de la cotidianidad (“Marta”); o constataremos qué siente una muchacha herida por la bofetada de la decepción (“Pensamiento de amor”); o conoceremos a seres tan magnéticos como Clara (que elude una culpa mediante el artificio del conformismo), Luisa (que se retira al campo para no sufrir la agresión envidiosa de sus antiguos amigos) o Wuó (que alivia su soledad descubriendo la mágica frontera de la lluvia). Mil historias, mil corazones, mil abismos. El pensamiento mudo de los peces es un vademécum de seres infelices, que vagan a la deriva en el naufragio del existir. Tal vez lo que Lola López Mondéjar pretenda explicarnos en estas veinte propuestas es que todos somos, en el fondo, fracasados irremediables, fracasados esenciales, que eludimos la asunción de ese dato mediante la añagaza de refugiarnos en la amnesia, o en la memoria corta de los peces, o en la memoria guadiánica. Quién sabe.