En el último libro que comenté, aparecía lo que significaba el amor para dos poetas auriseculares, Lope de Vega y Quevedo; en éste, José C. Vales define el amor con una concepción, aunque algo más moderna, igualmente universal:
"Pero así son los pensamientos humanos: se deslizan de lo trascendental a lo intrascendente casi sin ser notados, y de la filosofía a los cuentos de ogros y miguitas de pan con la susurrante viscosidad de una serpiente. Ésta es la razón por la que, teniendo cosas importantes en las que pensar -la revolución de los pueblos y Augusta, su amor-, el señor Wimple acababa siempre pensando en la señorita Émilie Sagée."
Definitivamente José C. Vales me ha cautivado. No sé cuál de sus dos libros me gusta más porque, tanto la época como el argumento o los personajes, son diferentes y sin embargo con ambos me ha ocurrido lo mismo: los he devorado al principio, inmersa en la trama, para leer poquito a poco, cuatro o cinco páginas, al ser consciente de que llegaba al final, con la única intención de que me durara más. Y, aunque es cierto que lo que más admiro es su forma de contar, me he implicado tanto en la historia que me enfadé con el propio autor por no escribir el final que yo quería para Émilie y, sobre todo para el jardinero, hasta que comprendí que Vales había construido el desenlace más romántico. Eso es lo que caracteriza a El pensionado de Neuwelke , la magia y la ensoñación. Todo es belleza en sus páginas, hasta las que retratan al pére Balkas, capaz de figurar en pinturas sobre la Divina Comedia o sobre la peste negra.
En la contraportada leemos que la novela es "la historia de una joven institutriz francesa..." y sin embargo es mucho más; la habilidad de Vales consigue que no sólo nos enteremos de la vida de Émilie Sagée sino que conozcamos a otros y entendamos por qué actúan de determinada manera. Los personajes fundamentales han tenido un pasado más o menos tortuoso que los impulsa a huir hasta encontrarse en el pensionado, lugar idílico construido por Leónidas Busch y su esposa Eveline para que las señoritas de Livonia adquirieran cultura.
Sin embargo, este negocio de fines elevados y próspero desde su inauguración se desmorona a causa de las habladurías surgidas en torno a mademoiselle Émilie Sagée.
La novela se divide en tres partes y un epílogo. En la primera hay una presentación de los personajes principales, el matrimonio Busch, el jardinero Jonas Fou'fingers, los profesores del centro, la chaperonne Augusta Dehmel, tres alumnas, Émilie Sagée y el pére Balkas, aunque todos descritos a grandes rasgos, sin profundizar.
La situación de la mujer, conformista ante su destino, queda plasmada en la novela. Ésta, asumiendo su condición de sufridora y de estar destinada al daño, acepta desde niña lo que le depara la sociedad o la naturaleza; pocas veces se queja, al menos públicamente, nunca se rebela; las alumnas del pensionado así lo tienen asumido "...Aquellas palabras, por alguna misteriosa razón, ejercían un poder asombroso en las jovencitas, que se negaban a pasar por "niñas remilgadas y lloronas" y hacían todos los esfuerzos gástricos inimaginables por no dejar en el plato ni una sola hebra de aquel morcillo gelatinoso..."; en todo caso y a fuerza de vivir algo indeseado una y otra vez, se autoinfringe un daño irreparable "Sin embargo, cuando se encontraba sola o en la oscuridad de la noche, la pobre señorita Dhemel se deshacía en llanto y lamentaba su suerte -su mala suerte, en realidad- entre suspiros y congojas"
La tristeza de la mujer es evidente en la vida, sólo se le permite cierta efusividad y alegría durante la niñez, porque ya se sabe "...a ciertas edades lo que conviene es guardar silencio, adelantarse lentamente y cerrar la puerta por la que han huido la juventud, y la belleza, y el amor. Y luego coger la labor, y pensar con sosegada resignación en lo hermoso que va a quedar el bordado de violetas con hojitas verdes".
El grupo de profesores constituye un reducto aparte de "verdadera sabiduría pedagógica", el profesor de historia, el señor Klöker, cuyo único interés era el imperio romano; el escuálido señor Schafthausen, para quien los números tenían significados que "el resto de los seres humanos ignoramos". Las lenguas y la literatura correspondían al señor Wimple, era bien parecido, solía recitar versos de Byron y Shelley, por lo que las internas se enamoraban de él hasta que "cortaba las efusiones líricas de sus alumnas con una ración intensiva de gramática"; el grupo se completaba con "la esférica señorita Amalia Vi, una mujer con sabiduría mundana que asombraba a todos los profesores" y a pesar de enseñar a las alumnas labores típicamente femeninas, ella manifiesta un carácter fuerte y decidido que no concuerda con el de la mujer de la época, por lo que será tratada en la novela como parte de un colectivo.
En cuanto a Sönke, Julie y Antoinette juegan un doble papel; por un lado forman parte del grupo de alumnas mayores del pensionado, normalmente van juntas, como las tres Cárites, hijas de Zeus, que parecen haber donado sus gracias a las tres jóvenes; de ahí que Sönke, como Aglaya "la resplandeciente", simbolice la inteligencia, la intuición del intelecto "Sönke, con su infernal pelo anudado en dos maléficas coletas, se encogió de hombros [...] Si nuestra señorita no le importara en abso luto (a Augusta), la habría alabado moderadamente [...] Pero como la odia y no quiere que se note, no dice más que maravillas de la señorita Sagée".
Y Antoinette porta, como Talia, el significado de "florecer" "Antoinette de Wrangel, la ingenua y hermosísima hija de un noble polaco [...] escondía la risa entre las manos..."
Al principio de este análisis comenté que El pensionado de Neuwelke no tenía nada que ver cony, sin embargo, los narradores sí mantienen en común el hecho de que cuentan lo que antes les han contado diferentes testigos de lo sucedido. Con esta técnica asegura un mayor realismo a la novela.
En esta historia terrible, de locura, ansias de venganza, intolerancia, fanatismo, muerte, humillación, conformismo, destaca el buen humor de José C. Vales. El estilo es supremo, dotado de un humor entrañable que, en todas sus variantes, envuelve a los personajes; destacan las asociaciones inusuales entre el significante y el significado "sólo un hiperbólico diría que había cuatro millas". También hay humor en alusiones literarias traídas a la realidad "Vaya, señor Wimple, viene usted vestido hoy como el joven Werther. Espero que no se dispare mientras yo esté presente". En metáforas animalizadoras "El profesor [...] famoso en la institución por su parecido con las aves zancudas, le había crotorado en la cara al señor Klöcker..." "...con un atavío que lo convertía claramente en una zancuda migratoria..." "Y se marchó con dignidad cicónida."
Y, aunque José C. Vales es único dibujando personajes sólo con adjetivos, que en ocasiones constituyen verdaderos epítetos épicos, "la joven de los cabellos refulgentes", "la cigüeña científica", destaca también por sus grandes comienzos de capítulo; algunos toman prestadas definiciones científicas para algo que no lo es en absoluto "Uno de los grandes misterios de este mundo es el movimiento de traslación de los rumores." Otros utilizan acontecimientos históricos para ser comparados hiperbólicamente con sucesos del argumento "Hay quien asegura que la caída de Constantinopla, el incendio de Londres o la batalla de Austerlitz fueron acontecimientos trágicos [...] no eran más que fruslerías en comparación con lo que aconteció en aquella primera semana de abril de 1846."
El empleo del vocabulario es magistral; el lenguaje culto puebla las páginas dotando a la narración de una calidad exquisita: horrísonos alaridos, ígneos presagios, percherón bayo, tan lejos de su predio, morir de muermo, invocar a los manes. Los tecnicismos ( erisipela, el pope, como si un gigantesco titiritero estuviera manejando las crucetas de mi vida, labios Fragonard) conviven con latinismos ( mathesis universalis), metáforas literarias ( cruzar el piélago literario) y referencias a lecturas clásicas ( La Iliada) o coetáneas de los hechos ( Nôtre Dame de Paris) para conformar una verdadera obra Romántica.
Sólo la estancia en el manicomio constituye un guiño irónico hacia la mujer novecentista, que hoy nos hace sonreír ante la posibilidad de que sor Ivonne pudiera sanar a Émilie de la histeria diagnosticada.
Señor Vales, espero que dedique veinte horas al día a escribir hasta que no salga su próxima novela.