Algunos piensan que la actual crisis económica y financiera es una suerte de Apocalipsis, sin embargo, la historia nos enseña que las crisis, las guerras y los cambios virulentos son una constante cíclica en la historia de la humanidad. Buena prueba de ello es lo que nos cuenta este libro de Angel Wagenstein (realizador búlgaro que debutó en narrativa con esta obra), que no es otra que la de un judío que tuvo la desgracia de vivir las dos guerras en un territorio, Galitzia (actualmente dividido entre Ucrania y Polonia), que ha sido tradicionalmente tierra de todos y tierra de nadie.Isaac Jacob Blumenfeld nació en el imperio Austrohúngaro, en cuyas filas luchó en la Primera Guerra Mundial. Acabada ésta se convirtió en ciudadano polaco. Tras la anexión de su región a la URSS, pasó a ser un camarada soviético. Finalmente, cuando las fuerzas del Tercer Reich, invadieron Polonia, se hizo alemán. Y todo esto sin salir de Galitzia, pues cuando abandonó su tierra fue, o para ir a la guerra o para ser enviado a tres campos de concentración distintos, dos campos nazis y un gulag en Kolimá. Por lo tanto, el sino de Isaac Jacob Blumenfeld fue sobrevivir al caprichoso devenir de la historia.Quizá por eso el azar juega un papel tan importante en esta historia que reflexiona sobre la propia historia, ya que la buena suerte y la mala suerte parecen buscar un equilibrio constante que rige los avatares del protagonista. Un ejemplo: Isaac tiene mala suerte al ser capturado por los nazis, pero tiene buena suerte cuando unos oficiales alemanes piden a todos los judíos polacos encerrados en una celda que salgan y él, inconscientemente, pues había ocultado su condición de judío para evitar males mayores, da un paso al frente y se incluye con los de su etnia. A él lo mandan a un campo de trabajo, pero a los polacos no judíos, los que se quedan en la celda, los fusilan. La novela se mueve en la línea de otras firmadas por famosos escritores centroeuropeos de la época que también tuvieron que sobrevivir a estos tiempo tan convulsos, como por ejemplo Stefan Zweig o Joseph Roth. De hecho, el libro me recuerda bastante a El mundo de ayer, de Zweig (a quien se cita varias veces en El pentateuco de Isaac). La diferencia entre ambos estriba en el estilo elegido por Wagenstein, que aporta un tono de humor constante a la tragedia que narra. Para ello se sirve a menudo de un recurso muy peculiar: incluir chistes de judíos en sus reflexiones, la mayor parte de ellos protagonizados por el tonto de Mendel -una especie de Abundio (el que vendió el coche para comprar gasolina) para los judíos-. No obstante, el sentido del humor forma parte de la personalidad de Isaac Jacob Blumenfeld, un tipo simplón, pero agraciado con un excepcional carácter gracias al cual salvará varias veces el pellejo. En contraposición, aparece el personaje del rabino, culto y refinado, sabio y reflexivo, que aporta el contrapunto nostálgico a una historia trágica que se va convirtiendo en triste conforme se acerca al final de la guerra. Como decía al principio, algunos piensan que la crisis de hoy es lo más terrible que le ha sucedido a la humanidad en los últimos mil años, pero libros como El Pentateuco de Isaac nos demuestran y nos enseñan cómo la vieja Europa y, por extensión, el mundo entero, aprendió, tras las dos grandes guerras, que derramar sangre era inútil e inhumano. No aprendió, sin embargo, que la codicia humana es capaz de generar otro tipo de guerras, otro tipo de miseria a la que sobrevivir, sin gota sangre, pero con similar numero de víctimas. El Pentateuco de Isaac, de Angel Wagenstein. Libros del Asteroide, 2008. [Traducción de Liliana Tabákova]