El Penyagolosa, la montaña sagrada de la Comunidad Valenciana
Por @asturiasvalenci Marian Ramos
@asturiasvalenci
Dicen que no existe montaña tan sagrada y singular como el macizo del Penyagolosa, en tierras de Castellón. Cuesta llegar a los pies del Penyagolosa porque la carretera que asciende hasta Vistabella del Maestrazgo es estrecha, sinuosa, una carretera de alta montaña. Pero el tiempo empleado bien merece la contemplación de esta mole emblemática. No es la más alta, porque por 29 metros de diferencia es el Cerro Calderón quien ostenta este título. Pero sí que es la más mítica, el centro de la mirada de un montañero, geólogo, fotógrafo o peregrino.
Una extraña cima y un paisaje muy diverso. Porque según la orientación del Penyagolosa podremos estar andando tanto por una mole rocosa como por bosques de pinos, enebros y sabinas, donde los arroyos fluyen libremente entre las umbrías formadas por robles y tejos. Un paisaje que fue humanizado desde tiempos antiguos. Un paisaje rural que fue deshabitándose y donde, la vegetación fue apropiándose de los bancales, los cultivos, las masías…
Considerada como montaña sagrada porque fue consagrada al dios celta Log, el dios de las tormentas. Mágica porque cualquier símbolo que se ha colocado en su cima ha terminado despareciendo. El Penyagolosa solo ha aceptado la imagen de la Virgen de Santa María de Lledó. Cuentan que hubo un mojón que indicaba su altura y que fue destruido por una tormenta. O una cruz que más tarde un rayo destruyó.Perdiéndonos por estos bosques nos llama la atención la fuente que hay cerca del santuario. Sus aguas estaban consideradas como milagrosas antes que se construyera el edificio. A ella llegaban peregrinos para sanarse y purificarse. Cuando existían épocas de pestes y sequías, los hombres enseguida pensaban en la fuente del Maestrazgo y realizaban peregrinaciones hacia su manantial sagrado.
A los pies de esta peña nos encontramos con el santuario de San Juan de Penyagolosa, un antiguo convento de monjes cenobitas que se convirtió en el centro de las peregrinaciones de los pueblos de alrededor y sobre todo de los romeros de Les Useres. Trece peregrinos recorren 35 kilómetros descalzos, en silencio y con gran respeto. Todavía siguen respetando su fiesta de origen medieval que se celebra el último viernes del mes de abril desde el siglo XIV. Su ofrenda fue debida a la salvación de una epidemia de peste.
Hay más peregrinaciones a la montaña sagrada. El mes de junio y la noche de San Juan resultan muy especiales para esta montaña. Árboles, fuentes, piedras y antiguos símbolos sagrados vuelven a ser venerados por personas ávidas de mantener unas tradiciones ancestrales cuyo símbolo mágico se pierde en la noche de los tiempos.
Sentados en cualquier camino ya sentimos esa sensación extraña. Es tierra de leyendas. Y miramos las sabinas y los pinos mientras los rayos del sol se filtran entre sus troncos. Cuentan que estos árboles fueron encantados por un monje que decidió dejar la vida monástica para ayudar en la Guerra de la Independencia. Hasta supo organizar un ataque contra Suchet. Cuando el monje murió y llegó al cielo, San Pedro no le quiso abrir por haber abandonado la vida contemplativa para convertirse en guerrillero. Pero el santo, reconociendo todo lo bueno que había hecho el monje durante su vida, le concedió un deseo. El monje le pidió que le devolviera a aquella tierra que tanto había defendido. Y San Pablo le convirtió en una sabina que colocó muy cerca del santuario.
Montaña mágica en la que la noche de San Juan crece muy escondida la falaguera. Muchos la buscan para recoger las esporas y pedir amor y felicidad.
Llama la atención en el santuario que su puerta principal se abra mirando hacia la cumbre y la fuente y no hacia la plaza como hubiera sido lo más lógico. Parada y fonda de montañeros y senderistas. Albergue y restaurante. Un área recreativa. Un camino adaptado hasta el santuario. Una bonita plaza con un olmo. Una fuente y una cruz dando la bienvenida.
Y una iglesia de una sola nave a media luz. No te asustes cuando entres y veas una silueta inmóvil ante ti. Cuando la vista te lo permita verás que es la imagen de un monaguillo colocada cerca del pasillo central.
Para ascender a la cima del Penyagolosa debemos tomar el sendero que parte desde el olmo seco y nos lleva a una pista por la que circulan vehículos. El tramo más hermoso es el que pasa por el barranco de La Pegunta, al inicio de la ruta. Un bosque de pinos, acebos, tejos, manzanos, endrinos, serbales y fuentes. Cuando la senda se ensancha y alcanza el camino, el bosque desaparece. Algunos vehículos llegan hasta aquí. A partir de ahora se realiza por un ascenso en zig-zag hasta el final para llegar a la cumbre para disfrutar de una de las mejores vistas de la Comunidad Valenciana. En días limpios es posible divisar las Islas Columbretes, el Montgó y el Delta del Ebro.
La ruta del Barranco de la Pegunta puede durar una hora de caminata agradable. El ascenso a la cima del Penyagolosa puede incrementarse una hora más. A unos once kilómetros del santuario nos encontramos con Vistabella del Maestrazgo. Una carretera muy agradable separa estos dos rincones. Hacemos un alto en el camino para observar una construcción singular. Una caseta de piedra en seco. Refugios que sirvieron tanto para el ganado como para los labradores y su herramienta. Piedras que estaban colocadas sin ningún tipo de argamasa excepto la arena que cubría los pequeños agujeros.
Ya su nombre lo dice todo: Vistabella del Maestrazgo. Unos paisajes incomparables podemos ver desde los dos miradores del pueblo. Entramado medieval, pueblo pequeño que ya fue habitado por íberos, romanos y musulmanes antes de ser conquistado por los cristianos. Residencia de la Orden del Temple y de Montesa. Elegida para formar un cuartel durante la Guerra de la Independencia.
Nos llama la atención las eras que casi rodean a Vistabella. En ellas, trillaban el trigo. Pueblo montañés donde llama la atención las dimensiones de su iglesia, las arcadas que daban entrada al núcleo medieval y su torreón. Si buscamos información o planos de rutas es mejor dejarse llevar por el olor a pan recién hecho porque la hornera nos va a enseñar todas las posibilidades que ofrece esta zona con una gran sonrisa, mucho cariño y un gran despliegue de guías turísticas.
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