Un escritor famoso, pero abominablemente insoportable, se propuso escribir el mejor cuento del mundo. Para conseguir ideas o temas sobre qué narrar, convocó a reuniones interminables con sus amigos, ya sea en su casa o después de las presentaciones de sus libros. Se embriagó con el opio del pueblo, viviendo cada momento con el registro fotográfico de cada ápice de su existencia. También se dedicó a ser líder de opinión, pasando por el fútbol, la política, las subculturas y toda absurda cosa que las personas o la sociedad en su conjunto esté mirando o haciendo en aquel momento.
Finalmente, como un gurú que lo ve todo de lejos, se imaginó la vida de un escritor talentosísimo, pero fracasado. Un individuo sin amigos que tenía que trabajar días interminables, sin la posibilidad de convocar interés. La idea le pareció original y fascinante. Acto seguido, la publicó por la editorial de su tío. La presentación corrió por cuenta de la librería de su padrino. Sus amigos periodistas hablaron sobre el consagratorio proyecto, solo comparable a los grandes monolitos, quienes no fueron reconocidos en vida. Finalmente, los especialistas coincidieron en los merecidos laureles y por tratar con tanta experticia las dificultades de los escritores para salir del anonimato gracias a la concepción y fama del que sería, según el juicio tardío de la historia, el peor cuento del mundo.