Incluso si esta época y esta sociedad fueran las peores de toda la historia habida y por haber, yo no querría vivir en otra. ¡La luz es más bella en los momentos más oscuros! A veces fantaseo con la idea de viajar al futuro y visitar el año 2100 o el año 3000. La de cosas que podría contar a mi regreso. Otras veces me gustaría conocer de primera mano esas épocas y lugares que nos enseñan los historiadores y que solo conocemos de manera muy indirecta. ¡Sería la envidia de todas las facultades de historia! Sin embargo, como ya adelanté en otro post, me muero de curiosidad por conocer este momento por encima de cualquier otro, pues vivimos tiempos más que interesantes, y puede que nunca mejor dicho. ¿Y si estuviéramos viviendo el cénit de la civilización más grande y perturbadora que jamás haya existido? ¿Y si después de esto, el ser humano se dirigiera lentamente hacia la extinción, no volviéndose a repetir ningún otro momento parecido en ningún otro lugar del universo? Es la curiosidad que anida en la tragedia y la tragedia de la curiosidad lo que me mueve a escribir estas palabras. Nadie quiere que exista el infierno, no vaya a ser que nos toque ir a parar allí, pero si tiene que existir, a todos nos gustaría echar un vistazo. Pues bien, ahora estamos viviendo algo así como el equivalente terrenal al infierno bíblico. El propio Lucifer pagaría por ver lo que hemos logrado en su ausencia.
Para reemplazar el infierno tradicional, el hombre ha hallado sustitutos privilegiados gracias a sus dotes técnicas: guerras, mundiales o locales, campos de concentración y prisiones, pasando por la bomba atómica, las armas químicas, el paro masivo, el hambre crónica, la contaminación generalizada, las dictaduras totalitarias, la locura colectiva de masas fanáticas o inteligentemente embrutecidas e idiotizadas, y tantos otros infiernos artificiales creados por nuestras sociedades.
Georges Minois en Historia de los infiernos, 1991.
Dice Alvin Toffler en El shock del futuro que "la proporción de almacenamiento, por el hombre, de conocimientos útiles sobre sí mismo y sobre el universo, fue en aumento desde hace 10.000 años", pero lejos de acercarnos a la tranquilidad celestial, dicho incremento del conocimiento nos condujo a un ajetreo infernal. No obstante, debe de haber algo paradójico o esquizofrénico en todo ello cuando por un lado abominamos de nuestros logros y por el otro nos sentimos fascinados por ellos. Yo quiero vivir como en Walden, añadiendo la menor cantidad posible de entropía a mi alrededor, pero al mismo tiempo me encantaría visitar las bibliotecas de Mega-City One, ávido de nuevos conocimientos. Creo que tiene razón Stephen Hawking en Historia del tiempo cuando dice que "el progreso de la raza humana en la comprensión del universo ha creado un pequeño rincón de orden en un universo cada vez más desordenado" e igualmente, cabe añadir, en una civilización cada vez más desordenada y problemática. Es como si en medio del fatal camino hacia una creciente complejidad autodestructiva tuviéramos la oportunidad, al menos individual, de desentrañar mayores cotas de verdad, como si el aumento del mal fuera acompañado de una mayor posibilidad de revelación y autoconocimiento. Se dice que la ignorancia y la simplicidad dan la felicidad, pero ¿y si la felicidad no fuera lo único que andamos buscando?