El PEOR día de mi vida fue cuando me convertí en MADRE

Por Titiroca

A pesar de que ya han pasado dos años y cuatro meses, aún lo recuerdo como si fuera ayer mismo. El peor día de mi vida. Era un viernes por la noche. Estaba viendo la televisión cuando empezaron las contracciones. Sin miramientos. A bocajarro. ¿No se suponía que esto empezaba de manera progresiva? ¡Pues en mi caso no!

Pasé unas ocho horas de dolor extremo. Un dolor inhumano, terrible, llegando un momento en el que incluso quise morirme porque no soportaba más ese dolor, sin pensar que ello conllevaría no verle la cara mi bebé. No importaba. Mi mente no estaba lúcida. Solo quería que aquel dolor desapareciese.

Ya durante el parto empezó a torcerse todo. Aparte del indescriptible dolor, cada vez que tenía una contracción los latidos de mi pequeña disminuían considerablemente, hasta el punto que me tuvieron que poner oxígeno y llamar a la ginecóloga de guardia por si acaso.

¿Por si acaso qué? ¿Qué pasa? La matrona me contestó que era por protocolo, que estuviese tranquila. Si tienes que rajarme entera no lo dudes ni un segundo, ¡por favor!!. ¿Por qué no me abres ya? ¡No esperes!! ¡Rájame! Le espeté mientras ella muy pausadamente me reiteraba que me tranquilizase.

Una vez que ya dí a luz, me pusieron a mi pequeña dictadora encima. Yo no era muy consciente de lo que aquello significaba, por mucho que las enfermeras y matronas me llamasen "mamá". Era MADRE. Estaba intentando asimilar todo lo acontecido porque me sentía como si no me estuviese pasando eso a mí. Como si fuese un mal sueño todo. Aunque el peor día de mi vida aún no habia terminado.

Entonces, una enfermera dijo que era raro que la niña no llorase. La pellizcó para ver si lloraba pero nada. La volvió a pellizcar, más fuerte, pero seguía sin llorar. Asi que se le llevaron a un escaso metro de mí y la pusieron en una cuna con monitores y demás aparatos médicos. A partir de ese momento el tiempo se detuvo.

Recuerdo preguntar a la matrona, porque yo seguía ahí empujando para que saliese la placenta como si la cosa no fuese conmigo, que qué narices estaba pasando. Me dijo que no respiraba y que tendrían que reanimarla e intentar que respirase.

WTF!! ¡Dios no me hagas esto!! ¡No, por favor! No me puede pasar esto! ¡Jodeeeer!!

Rogué a la matrona que se la llevasen fuera de mi alcance visual, porque no quería ver si salía mal. Pero me dijo que no, que los bebés tienen que estar cerca de su madre, que era por protocolo. Cómo??? Qué protocolo ni qué leches?? ¡Llévatela a donde sea necesario y tráemela cuando esté bien pero NO QUIERO VER COMO MI BEBÉ SE MUERE!!

Desde entonces no pude quitar ojo a todo lo que le hacían con mi hija. Sé que acababa de nacer, que no la conocía de nada pero era mi hija. MI BEBÉ, que se estaba muriendo ahí a mi lado y yo no podía hacer nada más que mirar!.

Empezaron a meterle tubos por la nariz y por la boca. Al no reaccionar le introdujeron aire con un ambú, un respirador artificial manual. Nada.

¡No, por favor! Dios, no me hagas esto. No. ¡No me jodas!! ¡Noooo!! Seguía sin respirar. Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre... no paraba de repetirme mentalmente.

Seguían usando varios aparatos tratando de que respirase, de que viviese. Entonces... se oyó un llanto. ¡¡Ben-di-to llanto!!.

Enseguida me la pusieron encima. Yo estaba completamente en shock. No podía reaccionar. No podía llorar. No podía gritar. Recuerdo que vinieron varios médicos a darme la enhorabuena y ni me inmuté. Debía ser el mejor día de toda mi vida. Debía estar feliz viendo la carita de mi precioso bebé pero no fue así. Me encontraba triste, hecha polvo física y psicológicamente, sin capacidad de sentir ningún tipo de emoción en ese momento.

Debía ser el mejor día y, sin embargo, fue el peor día de mi vida. Por suerte, los finales felices existen.