El peor personaje de la historia

Publicado el 02 noviembre 2013 por Joseportas @JosePortas


Cuentan la anécdota en los sumideros de la prensa española. En un momento relajado de la guerra de tensiones que supuso la estancia de José Mourinho en Madrid, el entrenador mantuvo un encuentro cordial con buena parte de la directiva madridista. En un instante determinado, uno de los grandes mandos del club le preguntó por qué no mostraba ante la opinión pública su cara más agradable, su perfil de Abel. El portugués resopló y respondió: “Porque ahí fuera, en este mundo del fútbol, son todos unos hijos de puta”. Situaciones y realidades aparte, la contundencia de la idea queda fuera de toda duda.
Tendemos a idealizar actitudes, a dibujar personajes en este cuadro que es el fútbol, que admite tantísimas tonalidades y que regala el entendimiento del juego sin contrastarlo en exámenes ni pedir nada a cambio. En cada club, la historia es diferente. Y aunque exista una muchedumbre de guiones por el mundo de este peculiar deporte, los caracteres se acaban repitiendo cuan ojos de malvado de película de Disney. Busquen un equipo de fútbol, revisen la alineación sobre el campo, lleguen al banquillo y escalen sin esfuerzo hasta el palco. Encontrarán un chulo, un corrupto, un chico de la casa (por lo general, de gesto inocente), un extranjero -que ya es de la casa-, un foráneo (al que llamamos así porque si fuera de la casa, sería ya un extranjero), un vividor, un profesional, un simpático, un inconstante, un cabraloca, un panadero –con ninguna pinta de futbolista-…ahora bien, ¿alguno de los que han recordado era el entrenador del equipo?
Siempre se remarca lo difícil que es ser entrenador de élite. No lo suficiente. No existe personalidad capaz de contentar a público desfogado, jugadores vedettes, directiva de corte inglés, presidente vanidoso y cuerpo técnico valiente sin sufrir una úlcera letal. Si además de todo eso, logra resultados, caerá derrocado por el aura de envidia y la etiqueta de inhumano que le generarán a su alrededor. “Demasiado bueno para ser verdad. Será un cabrón. O un obseso sin vida personal. O las dos cosas. Hay que alejarlo”. Imagínense en el banquillo de uno de los grandes de Europa y piensen en la actitud que tomarían, en el personaje que elegirían ser.
Un entrenador es, por definición, un tipo que renuncia a cosas. Muchos abandonaron, bien o mal, el césped y saben que seguramente allí quedó su mayor gloria; los de este estilo buscan más un compañero por lo que les queda de vida profesional que un amante que les aporte nuevas sensaciones. Además, el míster no puede permitirse el sentimiento y el desmán, el forofismo que suele sufrir a escasos metros de su banquillo. No es una regla que se cumpla siempre –de hecho, en la sala de prensa casi nunca-, pero a la hora de tomar decisiones es cuando deben olvidar sus simpatías. Sin querer ser presidentes, acaban renunciando a gastar más dinero en fichajes en pos de la salud del club, las cuotas de los socios y la gira veraniega por Dubai.
Hablamos pues de un tipo sacrificado que renuncia a los mejores papeles del estreno para ser el punching ball de la crítica. Ordena a un jugador lo que él querría hacer mientras recibe las almohadillas del aficionado que grita lo que a él le gustaría gritar y se prepara para firmar el finiquito del presidente al que le gustaría aniquilar. En el próximo número de LINEKER MAGAZINE podrán leer un artículo sobre los honorarios de varios de los entrenadores más conocidos del planeta. En este contexto futbolístico y económico de locura permanente, podríamos tender a pensar que ellos, los más cuerdos, merecen también su parte del pastel.

Editorial de Lineker Magazine nºXIV:
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@joseportas