Tiene parte de razón el prologuista Mariano Baquero Goyanes cuando señala, en este libro de José Cervera Tomás, una escasa presencia de fulgores estilísticos; pero no es menor verdad que, si transitamos por los relatos del tomo con cierta lentitud contemplativa, nos sorprenden de vez en cuando alegrías formales que, discretas, enjoyan algunos de sus párrafos. Fijémonos, por poner un único ejemplo, en la página 70, donde nos habla de una carretera “que deja el adoquín para adoptar el asfalto”.Pero es evidente que al escritor le preocupan mucho más otros aspectos. Sobre todo, trasladarnos una historia sencilla, trazada con pinceladas leves, escuetas y airosas: la del chiquillo aficionado al ciclismo que tiene una ensoñación centrada en el famoso Tour de Francia (“El pequeño corredor”), la del crío que contempla con estupor la regañina que su padre recibe de su superior jerárquico (“El niño que quiso ser hombre”), la del chaval pobre cuya única ilusión es que los Reyes le dejen un precioso juguete que ha visto en un escaparate (“La injusticia de un caballo”), la paradójica escena que se produce alrededor de una muerte (“El velatorio”)... o incluso aquellos relatos que muestran tintes más existencialistas (“Unos ojos sobre el mar”) o kafkianos (“El hombre del cuello torcido”).
José Cervera captura la magia pequeñita del instante y nos la sirve en un cristal de microscopio para que extraigamos de ella su gota de luz, su quintaesencia, su arquitectura fugaz o eterna. Su hijo, el catedrático Vicente Cervera Salinas, en la introducción del volumen, completa el panorama con unas líneas elegantes, contenidas y emocionadas. Un auténtico Pórtico de la Gloriapara una obra que se lee sin decepción.