El ‘pied-noir’ que alcanzó el Nobel

Publicado el 03 junio 2011 por Manuelsegura @manuelsegura

“Es muy fácil obtener fama pero es muy difícil merecerla.” Albert Camus

En 1957, Albert Camus recibió a la temprana edad de 44 años el Premio Nobel de Literatura. Su discurso de aceptación pronunciado en Estocolmo, una de las más bellas piezas de oratoria que se hayan escuchado nunca en esa ceremonia, constituyó un hito. Habló de la misión del escritor y lo dedicó a su maestro en la escuela primaria de Argel, Louis Germain, al que el galardonado siempre agradeció su denodado aliento educativo. En ese hermoso texto hay párrafos tan demoledores como éste: “Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario, es porque no me separa de nadie y que me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; muchas veces he elegido su destino más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia sino confesando su semejanza con todos.”

O éste otro: “Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, esencialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza.”

Con 19 años, Camus publicaba en revistas de fuste reconocido. La tuberculosis le privó en aquel entonces de placeres propios de la edad, como seguir defendiendo con ahínco la portería del equipo de fútbol en el que militaba. Lo hizo también en las filas del Partido Comunista, pero se alejaría de él por serias discrepancias ideológicas en el marco del teatro europeo de la preguerra mundial o por la posición adoptada en referencia a su Argelia natal. Fundó un grupo de teatro y, agobiado, emigró a la capital francesa donde entró a formar parte de la redacción del diario Paris-Soir. Más tarde, abrazaría el anarquismo. Tanto en ‘El mito de Sísifo’ como en ‘El extranjero’, Camus desgrana lo que se daría en llamar la filosofía del absurdo. Sus enfrentamientos con otro gigante del pensamiento, Jean-Paul Sartre, fueron memorables; Camus siempre le reprochó al padre de los existencialistas su inmoral vinculación con el comunismo.

En la Navidad de 1960, cuando solo contaba 46 años de edad, encontró la muerte en una carretera de Le Petit-Villeblevin. Llevaba en un maletín el manuscrito inconcluso de ‘El primer hombre’, una novela que no vería la luz hasta 1994. “He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha”, dejó como legado para la posteridad, entre otros muchos de sus encendidos pensamientos, el hombre que nunca llegaría a conocer la eclosión del Mayo del 68.