El Pin Parental: ni las feministras ni Vox tienen razón

Publicado el 18 enero 2020 por Carlosgu82

El Pin Parental, en España, es esta semana como llamamos a una medida tomada en una región de este gran país, llamada Murcia. Consiste en que se va a pedir la solicitud de autorización expresa de los padres de un alumno, para que éste pueda participar en actividades organizadas por el centro educativo, cuando tengan contenido que afecte a cuestiones morales, sexuales o de conciencia. Dichas actividades se enmarcan dentro del horario escolar, es decir, son obligatorias, pero no son parte del currículum como sí lo son las excursiones o los cuenta-cuentos. Esto no sería noticia de no ser porque el Gobierno, que en España aúna a todas las corrientes políticas totalitarias en una Gran Coalición, ha puesto el grito en el cielo y amenazado con la vía judicial. También hay 103 organizaciones que han mostrado su repulsa; pero esto no significa que tras este centenar y pico haya una mayoría de población, ni siquiera una fracción significativa. Como yo también estuve en estas movidas, sé que a la hora de la verdad, los verdaderos implicados en estas campañas caben en una habitación y aún sobran sillas. El caso es que el debate se ha abierto, y si no lo cierra el Gobierno abusando de su poder, puede ser interesante y productivo.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que los niños -que no son sino los ciudadanos cuando aún no estamos listos para ejercer como tales- NO SON PROPIEDAD NI DE LOS PADRES, NI DEL ESTADO. En la sociedad occidental moderna, hemos prescindido totalmente de la facultad legal de poseer a otra persona; que sí es reconocida fuera del heteropatriarcado, como llaman las feministas a Occidente: especialmente en África y  Oriente Medio donde se compran y venden personas e hijos; o en China, donde todos los chinos son propiedad del Partido.

En Europa, América, Australia y otros puntos donde la visión heteropatriarcal occidental ha de hecho prevalecido, tanto la esclavitud como la posesión de los hijos es ilegal y contraria a los valores comunes. Literalmente preferimos meter a alguien en la cárcel pagándole la estancia con dinero público, a la más práctica y conveniente opción de hacerle resarcir su pena con trabajos forzados públicos o privados. Esto no lo hacemos porque seamos buenos, o porque no haya gente que merezca picar piedra con un collar de hierro al cuello; sino por una razón «egoísta» que es la siguiente:

Si las personas pueden ser poseídas por otras o el Estado, esas personas ya no son responsables de su propio destino; por tanto no pueden ejercer su ciudadanía de forma plena, y no pueden contribuir a la sociedad como mejor puedan y aceptando la responsabilidad de su contribución positiva o negativa. Si la dignidad humana es tal que puede ser reducida por debajo de otras personas o del Régimen, no alcanza el estatus que capacita para ser ciudadanos libres y responsables, y por tanto no pueden actuar como unidades de la soberanía popular. Eso no es un problema en Venezuela, Irán o China, donde las personas no son consideradas como sujetos de valor en sí mismos sino células del régimen; pero es incompatible en países«heteropatriarcales» como España, Alemania o Argentina, donde el valor intrínseco corresponde a las personas y la superestructura es instrumental. En estos países occidentalizados, la construcción social es emergente, es decir: producto de las vidas individuales y únicas de cada habitante. En los países sin libertad, la construcción social es dirigida desde arriba. Por tanto, en los totalitarismos que la persona llegue a tener sus propias ideas es un problema; en los regímenes democráticos, es una necesidad.

Los niños no pertenecen a nadie. Ahora bien, corresponde a los padres asegurarse de que sus hijos crecen como buenos ciudadanos, libres, decentes, y buenos ciudadanos. Si los padres no pueden hacerlo, la potestad debe pasar a familiares más capacitados o padres adoptivos. Pero nunca al Estado, que sólo puede tener a los niños como medida transitoria en una crisis de la responsabilidad paterna. Los padres son responsables de los hijos y su crianza, como cada uno de nosotros es responsable de su salud. Pero igual que nos apoyamos en médicos y enfermeras para realizar esta responsabilidad para nosotros, los padres se apoyan en profesionales de la Educación para su responsabilidad hacia ellos. Y como ciudadanos, los padres piden que sus impuestos sufraguen los medios públicos para facilitar una sanidad y educación de calidad a precio razonable; aunque también hay una oferta privada para ampliar las opciones.

En una educación de calidad, no tiene cabida el adoctrinamiento. Esto es el adoctrinamiento, palabra enrevesada pero fácil de explicar:

Adoctrinamiento es mostrar como verdadero (especialmente a niños o ignorantes) ideas que el alumno no puede verificar por sí mismo, con ayuda de su propia razón y las experiencias que facilita el entorno escolar. Por ejemplo, es adoctrinamiento dar religión en la escuela, ya que la religión implica una serie de verdades que un niño no puede comprender ni probar ni investigar. En la escuela la religión no se puede estudiar; aunque sí historia de las religiones y también la ética, que es el arte de razonar lo que es bueno o malo. Pero Dios no tiene sitio en un centro educativo, a menos que se manifieste en todo su poderío y saque su plaza de maestro.

Por las mismas razones que la religión no cabe en un currículum escolar, insisto por las mismas razones, el feminismo, la ideología de género o el neo-racismo de la izquierda están muy de más en el aula. Porque el feminismo, el género o el racismo no se pueden demostrar científicamente, no se pueden asimilar a la comprensión y experiencia de los niños y adolescentes, y no son racionales. Son conjuntos de verdades que hay que aceptar porque sí, porque lo pone en tal o cuál libro o lo ha dicho tal o cuál persona o un millón de ellas; ergo no pertenecen en un entorno educativo o universitario donde se va a dialogar en el lenguaje de la razón y la experiencia, y donde la Naturaleza tiene voz y veto.

Los niños y adolescentes están necesitados de aprendizajes vitales y críticos, de experiencias de socialización, y de modelos adultos a los que imitar. No podemos usar estas necesidades y la natural y sana confianza de los pequeños en los mayores, para meterles ideas nuestras como si fueran suyas. Sólo son ideas suyas, o nuestras, las que se forman en nuestra psique, no las que aparecen en la psique de otros y nos las inoculan.

Por tanto, lo peor del caso es acostumbrar a los más jóvenes que es natural y positivo aceptar mensajes sin criticarlos interiormente con la razón y sin que medie la experiencia.

Hay personas muy religiosas que opinan como yo. De hecho, mi postura al respecto tiene su raíz en un profesor que era monje franciscano, cuando yo aún era creyente. Francisco de Asís, Sor Inés de la Cruz, Jesús de Nazaret, Zoroastro, y muchas otras personas con creencias muy religiosas pensarían como yo que no las tengo; porque también ellos transcendieron el dogmatismo para alcanzar una espiritualidad y moralidad singulares y personales, en lugar de asumir acríticamente dogmas como se hace ahora dentro y fuera de la religión. Y si vamos a las enseñanzas de los verdaderos maestros espirituales, comprobaremos que promueven la experiencia, la imaginación y el razonar y descubrir por uno mismo, y no que sus discípulos lean un libro para memorizarlo acríticamente.

Vox no tiene razón en dejarlo todo a los padres; los padres no llegan a comprenderlo todo.

El gobierno totalitario no tiene razón en querer adoctrinar o facilitar que se adoctrine en los colegios: los jóvenes ciudadanos no están para que se les adoctrine.

En la escuela sólo se deben enseñar contenidos que los propios alumnos pueden discernir, comprender e investigar por sí mismos; este hábito de dudar y comprobar e interpretar de forma personal es vital para la persona futura, y es mejor aprendizaje que ningún otro, y ni el gobierno ni los padres tienen derecho a negárselo.