Le he pintado unos ojos a la tristeza de mi calle mugrienta, y una boca en su rostro, para que cuando me miren reciten mi nombre.
Son los sueños dementes de un iluso sin mayor patrimonio que el de sus recuerdos. Soy el pintor de las calles mudas. Nadie me observa, todos me evitan y quienes me hablan, lo hacen para descargar sobre mí blasfemias o vacuas expresiones afligidas de lástima o misericordia.
Una vez yo fui un alma presurosa que pasaba por la vida con un corazón de hielo y ojos sellados de invidente. Jamás me conmovió la presencia perpetua del pordiosero mendicante, que me obligaba a forzar el paso o desviar mi trayectoria.
Ahora yo soy la sombra de la vergüenza que mancilla las calles y tú, el reflejo fatuo de mis recuerdos. En las paredes dibujo ensoñaciones y desvaríos de una mente trastornada por la soledad.
Conecto contigo cuando, por un instante, rozas mi alma clavando tu pupila en mi pupila, o esbozando una sonrisa pasajera, que yo atesoro en mi arcón de regalos sin nombre ni envoltorio.