Hoy día abundan los falsos periodistas, los que creen que cualquiera puede ser periodista si dispone de un instrumento para transmitir su mensaje. Ello lo ha posibilitado la existencia de Internet, que pone alalcance de todo el mundo los recursos para elaborar un blog con forma de periódico. O un móvil para tomar una fotografía y grabar un vídeo. Son aprendices que confunden el medio con el mensaje y se limitan a transmitir contenidos que rebotan en las redes sociales, sin respetar las reglas deontológicas de la profesión ni las básicas para la redacción de una noticia. Cortan y pegan cualquier información sin preocuparse en confirmar la teoría de las W (del inglés What, Who, Which, How, When, Where y Why) que se refieren al Qué, Quién, Cómo, Cuándo, Dónde y Por Qué de todo suceso. Pasan olímpicamente de la debida diligencia y de contrastar los hechos antes de ser publicados.
El buen periodismo no se presenta sólo en papel, sino que se vale de cualquier soporte (prensa, radio, televisión, Internet) para difundir el producto elaborado: información. Información precisa, exacta y veraz, sin tergiversaciones que camuflen parte de los hechos al lector, oyente, televidente o internauta, ni manipulaciones en la confección que conduzcan a una determinada interpretación torticera. Ser buen periodista no es fácil para quien no sea auténtico periodista, pero sumamente grato para quien vive la profesión, para aquella persona que siente placer por contar lo que le pasa a la gente y disfruta explicando la realidad con nobleza y honestidad. Esa es otra condición del periodismo, como señalaba Kapuscinski, premio Príncipe de Asturias en 2003 de Comunicación y Humanidades: Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Lo dejó escrito en "Los cínicos no sirven para este oficio".
Los buenos periodistas asumen estos retos y cada día los vencen con esfuerzo, dedicación y entusiasmo. Saben ser pacientes, cautelosos, rigurosos y perseverantes a la hora de investigar un suceso, de reunir datos. Y son honestos cuando han de elaborar cualquier información, dejándose llevar por la premisa de la diligencia, sin claudicar ante ninguna presión que pueda condicionar su trabajo. No se prestan a ser portavoces de ningún poder, ni comparsas de ninguna fuerza, sea económica, política, religiosa o social. Cuentan lo que saben, lo que descubren, lo que entienden de interés general para la opinión pública; no lo que le dicen que diga o lo que le pagan para que diga.