Cierto que he estado escribiendo otras cosas, pero tenía la mente demasiado dispersa como para embarcarme en la aventura de llevar a buen puerto una novela, que requiere una disciplina y un compromiso de trabajo diario de por lo menos un año.
De pronto se ha obrado el milagro (¿será cierto aquello de las musas?). La novela ha vuelto a ocupar el primer plano de mi mente y los personajes y las situaciones no paran de desfilar por ella; le doy vueltas, tomo notas, y siento la inaplazable necesidad de ponerme a escribir. Me marco un horario, me siento cada día en mi rincón, y todo se pone en marcha otra vez. Recupero el placer de escribir. Me encuentro en ese momento creativo maravilloso en el que no puedes pensar en otra cosa que en la trama que estás componiendo, en los personajes que se van definiendo y van tomando vida propia.
Y me siento mucho mejor.