Puedes inventar una historia, dejar el barrio miserable allá en lo profundo del Marabú, la gente muriendo a tutiplén como dicen las viejas con sus escobas de manila, maldita la suerte con los números, tanto que le pedí a la virgen. Avemaría, uno de los nuestros con las tripas desparramadas bajo el sol, estaqueado y podrido.
Una desgracia no es sino el karma de esta gente, legañosa e indefensa, siempre muriendo, alguien con una historia, con una vida que escapa por el filo de la navaja.
Uno que no está más, quizás un retrato o una vela para marcar el recuerdo de los vivos, de los que tienen que cargar con una desgracia nueva o una boca.
Crees que importan las emociones, la gama de efectos que produce matar, la cara de sorpresa (del otro), las arcadas y convulsiones queriendo tragarse todo el aire de un tirón por el agujero violáceo. Los ojos fijos en los del asesino.
El Marabú seguía siendo parte de la inmundicia, un reino de discordia y prostitución. ¿Pero no eras parte de todo esto o eras? Al menos lo creíste al conocer a Danay, su manera de caminar, de mascar chicle, así de loca, una marioneta sin hilos. El placer personificado con ojos negros.
Dos cuadras a la izquierda su casa, un cuerpo y una jeringuilla para escapar de la prisión de espíritus y demonios que llevamos.
Aquí Danay desea a su padre borracho que la golpea después de penetrarla, adelante, puede entrar o no esa vieja estúpida como dice Miguel (tu padre) hay radica el verdadero placer, en el infinito de este encuentro, en los gritos… quién sabe si los sueños se cumplan y tenga hijos, no de un maldito extranjero, sino de un hombre además de hermoso, buena gente.
En fin, esa era Danay y parte de su historia, fragmentos de la tuya.
No se puede definir cuando pensaste en buscarla y menos en engañarla o que te engañara. Creo que en el fondo lo aceptaste como se acepta una flor o un caramelo.
La tercera vez que te rondó por la cabeza, ya todo estaba arreglado o no, optaste por lo difícil, una beca en la universidad. Desde entonces el negro de la uni o el guanajo de la uni como te decían en el barrio.
Debe ser que la envidia sea parecida a la rabia de los perros o peor como la sarna que arranca la piel.
Vengo a hablarte de este negro sucio, mostrarte el camino, el placer. Vengo sobre todo por tu indecencia, por el deseo de traicionar que siempre invocas, las mentiras que vendrán, los posibles gritos de una mujer o mejor, de una puta, depende de ti, de cuanto quieras penetrarla, puedes enamorarte, esa es tu elección.
Vengo a hablar de tu matrícula en la facultad de filosofía, un negro con agallas, felizmente un idiota, un jodido negro en una ciudad, en una isla. En resumen el primero que trata de entender el orden en este desorden total, la complejidad de la materia, el hedor de la mierda (¿o había escrito miseria?)
¿Todavía escribes en hojas sueltas? ¿Sabes qué es filosofía? Causa o efecto dirás. Eso lo invento un estúpido que no tenía nada que inventar, para gente como tú que piensa en espacio y tiempo como forma de existencia. ¿Sabes qué es matar? Además de ser un arte, la perfección de igualar a Dios, de modificar la vida o mejor justificar algo.
¿Placer? Más de lo mismo, decisiones, reproducción, tal vez clímax, puro parafrasear, así de simple.
La filosofía era estarse ideando una historia ya trillada, casi como vivir en los extremos, saciarse con una buena hembra, una causa. Templársela ya tenía su efecto, diría su estructura para comenzar algo serio.
Al menos importan un par de senos para mancharlos de semen en el baño público de la facultad, el caldo pestilente de las tazas, la marea paradisíaca de excrementos entre un quejido y otro.
Ella mostrándote un agujero profundo, una salida entre dos montañas enfiladas hacia el cielo, exclusiva forma de entrar y sentarse junto al diablo, mirarle la cara, las uñas clavadas al mármol del retrete, los senos asustadizos ahora danzando entre los espasmos.
El miembro vomitando los girasoles de los mosaicos, las gotas surfiando hasta desaparecer detrás de un hilo viscoso, la lengua sedienta, ininterrumpible por las huellas.
Conquistaste cada parte de esta isla, cada piedra, saltaste los riscos en busca de la yerba, abundante y rala como luego anotaste.
Parece había escrito la vida de otro, lejana y turbia tan emputecida como decía mi abuela, tan llena de malas palabras. Gracias a Dios que se fue a la universidad.
Se ha de creer que lo importante es dejar testimonio de que existimos, aún cuando el papel es una partícula tan frágil en este universo, el placer reside en cuanto seamos capaces de engañarnos a nosotros mismos.
El placer de escribir una sarta de mentiras, un rictus de almas gemelas plasmadas en estas hojas, tal vez no salgan nunca de ahí. No importa la forma de ver la vida, sino el poder de modificar esa forma, de romper las leyes, de cagarte en el lenguaje, conjugaciones y tiempos verbales establecidos.
En la mentira infinita mantenías un dolor de cabeza insoportable. Tres noches de borracheras no eran suficientes para ahogar la malicia. Abriste los ojos cuando los cuatro o cinco que compartían el cuarto se habían marchado.
Casi un mes, dejaste de oler a alcantarillas, solo el alcohol te devolvía a la realidad. Daba el tiempo exacto para ir a la cafetería, antes masturbarte, sentir el equilibrio entre unas fotos y/o Danay, algo parecido, no igual. No un estremecimiento y una concha nacarada, sino humedad y frustraciones en la alfombra de ribetes azules. Negro, vas desaparecer sin tirarte una de estás pirujas decía el pájaro de Mayito, con sus manos tan bien cuidadas. Después de todo no era mala persona. Solo él me hablaba sin ironía, sin la malicia detrás de cada palabra, con su pelo enmarañado, atento a las preguntas mías. Coño negro, prueba a masturbarte, puede ser una solución, no sé, no he tenido mucha suerte con las mujeres pero a veces ahogo mis instintos de esa forma.
La mañana pálida sobre los cristales, el repiquetear de la lluvia. El lejano sonar de un tren, asociado al ínfimo recuerdo de un barrio ya eliminado de las mentes.
Danay, el asidero con el pasado que iba quedando a oscuras, era ella el punto donde comenzaba el éxodo tuyo a la capital de provincia a estudiar. Buena paradoja, un filosofo idealista y sentimental, un loco putamente feliz.