Gran parte de nuestra forma de entender el mundo está construida desde el mecanicismo. Vivimos en la idea de que las personas, las organizaciones y, en general, todos los sistemas sociales funcionan como sistemas mecánicos. Esta visión mecanicista de la realidad nos lleva a observar nuestro mundo como un conjunto de máquinas, de engranajes que dabemos mantener bajo control y en perfecto funcionamiento. Así, convertimos a nuestros profesionales, a nuestros líderes y a nuestros directivos en responsables de mantenimiento que (a) controlan al mundo y a la naturaleza, detectando disfunciones, problemas y errores, (b) diseñan soluciones para corregirlos y (c) ejecutan estas soluciones con la mayor eficacia posible.
Esta visión de la naturaleza ha llevado a nuestra civilización a conseguir grandes logros y mejoras. Sin embargo tiene bastantes limitaciones, pues la idea de la máquina nos lleva a ignorar las emociones de las personas y de los grupos sociales. También nos lleva a obviar las relaciones que existen entre personas y grupos. En tercer lugar, nos lleva a considerar el crecimiento, la innovación, la crisis o el cambio como sucesos disruptivos. Los llegamos a percibir como eventos anormales que desafían nuestra gestión porque cambian la estructura del sistema y no como lo que son: una dinámica tan propia de los sistemas vivos como son el crecimiento, la evolución y la transformación.
La visión mecanicista nos lleva a una cultura de la crítica, a una forma de pensar que se dirige exclusivamente a detectar errores, disfunciones y problemas. En su peor versión, la cultura de la crítica se manifiesta en un comportamiento orientado a perseguir y a criticar culpables. Concentramos nuestra atención en el comportamiento que deseamos detener reduciendo el mundo a una división entre buenos y malos, o entre excelentes y mediocres. Desde la critica llegamos a la amenaza, a la coacción, a la humillación, al miedo o a cualquiera de los sentimientos negativos que podamos utilizar para (a) manipular el sistema, (b) resolver cuantas disfunciones y problemas podamos detectar y (c) llevarlo a un equilibro deseado donde este se encuentra bajo control.
Muchos autores plantean la cultura de la apreciación como alternativa a la cultura de la crítica. Se trata de apreciar las cosas que funcionan, aquellas que están bien, como punto de partida para mejorar. Cuando colocamos nuestra atención en lo que funciona podemos estimular la creatividad de las personas, su compromiso, su imaginación y su energía sin ninguna coacción y por su propia decisión. El foco en lo positivo puede ser una herramienta de crecimiento que nos ayuda a cambiar comportamientos y evolucionar hacia nuevos y mejores escenarios. Si sabemos hacerlo.
Así, cada vez encontramos más enfoques que abandonan la idea de la crítica y las limitaciones que esta conlleva: desde el feedback positivo hasta el coaching, pasando por la psicología positiva o por tecnologías de conversación como la indagación apreciativa. Concentrar nuestra atención en la cosas positivas, en lo que funciona puede ser el primer paso para que en nuestras comunidades se ponga en marcha la energía que les conduzca hacia mejores escenarios. Aquellos que les corresponden a un mundo mejor tanto para esos sistemas como para las personas que los integran.
Le propongo un ejercicio para este verano. Abandone la crítica. Deje de buscar las cosas que están mal. No se obsesione por arreglar el mundo. Concentre su atención en aquellas cosas que están bien, en las que funcionan, en las que le dan vida a todo lo que le rodea. Contribuya, desde la apreciación a que todo siga mejorando, creciendo, evolucionando. Disfrútelo. Aprovéchelo.