El último episodio de esta historia digna de la mitología griega lo hemos podido ver en el partido de semifinales que lo enfrentaba al número uno del mundo, el serbio Novak Djokovic. Nadal, que ha aterrizado en el torneo parisino tras superar una lesión que le ha tenido siete meses fuera de las pistas, ha añadido un nuevo capítulo a su leyenda tras cuatro horas y media de lucha sin cuartel en el que cada momento cuenta y sirve para contar historias diferentes. El partido tendrá diferentes lecturas, análisis y valoraciones de lo acontecido, tarea que lego en los expertos en la materia.
Lo que me interesa sacar a relucir hoy es el proceso de transformación que experimenta Rafa Nadal cuando se dispone a entrar en una pista de tenis. Cuentan sus familiares y el propio Rafa que en su vida personal Rafa es una persona temerosa, dubitativa, frágil, insegura y repleto de ansiedades. Sin embargo, cuando agarra una raqueta se convierte en ese guerrero hipermusculado e irreductible al que todos los tenistas que quieren ser grandes temen enfrentarse. Un enemigo que muestra en su cuerpo los estragos de guerras anteriores, con una resistencia mental que le permite gestionar cualquier contratiempo. Aparecer como una figura intimidatoria que le permite doblegar el ánimo de sus rivales.
El tenis es un deporte en que el rival más dura al que enfrentarse es la propia cabeza y las voces que en ella se alojan. En la cabeza de Nadal sólo parece haber una voz “has de aguantar todo lo que te venga al paso para tener la oportunidad de ganar el siguiente punto”. Este es el pensamiento que invade la cabeza del mallorquín durante cada partido. Es un ejercicio completo de autosugestión en el que se aísla de todo lo que sucede a su alrededor e intenta alejarle de su convicción en la victoria. Por eso, sus gestos y su lenguaje corporal apenas cambia a lo largo de un partido. No hay lugar al intrusismo emocional que le desvíe de su camino aún cuando a ojos de los demás todo parece estar perdido o le acomode cuando la meta se encuentra a la vista. Por eso, a ojos de los demás parece jugar un partido que juega el solo.
Esta transformación en un superhombre es posible por la extraordinaria capacidad mental de Nadal para controlar la situación. Probablemente, en su cotidiano Rafa no sienta esa capacidad de control sobre el entorno, capacidad que sí demuestra en la práctica deportiva. De ahí ese empeño en seguir ejecutando, día tras día, durante años, unas mismas rutinas que le ayudan a convertirse en otra cosa. Un rito de paso con vuelta al estado anterior al volver al vestuario al acabar el partido. Es éste el lugar mágico que transforma a Nadal de la misma manera que Clark Kent empleaba las cabinas telefónicas. Cada uno de nosotros, en nuestro entorno y con nuestras posibilidades, también tenemos nuestra propia zona mágica que nos transforma, para bien y para mal.