" Las conversaciones funcionan en ciertos ámbitos, que Montaigne esbozó en El arte de conversar. Terminaremos de precisarlos en el próximo capítulo, pero aquí resaltamos algunos de sus principios. Cuando todos los participantes tienen tiempo y derecho a hablar y ser escuchados, la conversación adquiere toda su fuerza. Es entonces cuando se convierte en un espacio idóneo para revisar nuestro razonamiento y advertir posibles fallos: es el sistema de pensamiento lógico revisando el automático, Fonda contra los demás. En cuanto la conversación se aleja de ese hábitat, ya sea porque participa demasiada gente en ella o porque no hay ánimo de escuchar, empiezan a aparecer las conclusiones de Asch o Baronchelli. Las conversaciones se vuelven pujas sociales de intimidación para convencer por medio de la presión social y no de los argumentos. Estamos en medio de batallas campales, en el corazón de las redes sociales,"
Apelar a la razón, o al menos a que cada uno pueda explicar sus razones no es tarea fácil en un mundo regido por emociones impulsivas y absolutamente polarizado. Por eso Sigman recomienda celebrar conversaciones en grupos pequeños y bien escogidos - por ejemplo, un club de lectura - cuyos miembros sean capaces de establecer turnos y palabras y escuchar. Hacerse partícipe de otros puntos de vista enriquece la vida propia y relativiza nuestras creencias más profundas, nos hace más humanos en suma porque puede hacernos detectar errores que teníamos arraigados en nuestro pensamiento. Esta es la mejor fórmula para controlar nuestras emociones y no exhibirlas sin reflexionar antes, aunque sea mínimamente. Filósofos como Montaigne nos enseñan a conocernos a nosotros mismos, pero la verdadera salud espiritual se consigue con buenos compañeros de conversación:
"(...) la verdadera soledad consiste en no tener con quién hablar. Sin buenas conversaciones se desregulan pilares básicos de la salud, desde el sistema inmune a toda una gama de procesos metabólicos que incluyen hasta la expresión de nuestros genes. También se degrada el sistema de control cognitivo con el que gobernamos nuestras ideas y emociones. La soledad resulta ser, pues, uno de los factores de riego más nocivos e ignorados de la salud física y mental."