El ingeniero británico James Watt cambió la historia del mundo. Cuando murió en 1819 la industria de Inglaterra ya no era la misma. El duro y lento trabajo manual y artesanal estaba siendo sustituido por la producción con máquinas gracias a su genial invento: la máquina de vapor. Fue Watt quien hizo posible que este artilugio pudiera ser utilizado para la fabricación masiva de objetos y para el transporte.
Gracias a su invento ya no se dependía de los vientos y de las corrientes en la navegación marina, ni de la tracción animal una vez que hizo aparición el ferrocarril. Fue toda una revolución que rompió barreras y destrozó fronteras naturales. Los océanos de pronto eran más fáciles de surcar y las distancias en tierra más seguras y cortas.
Sin embargo, las nuevas máquinas de vapor necesitaban un combustible para hacerlas funcionar. Un combustible para avivar el fuego que mantenía viva la máquina. Ese combustible se extraía de las entrañas de la tierra: el carbón.
La revolución del carbón
La revolución industrial en Europa y su expansión por el mundo se hizo posible gracias a que este material era y es muy abundante en el Viejo Continente. A diferencia de otros lugares del mundo, los yacimientos de carbón europeos son de los más importantes y grandes. Así pues, no es casualidad que las regiones con más minas y mayor explotación de carbón fueran también las más industrializadas.
Zonas industriales de Europa a principios del S.XX.
El mapa del carbón europeo coincide con su riqueza económica. La cuenca del Ruhr en Alemania, el norte de Francia y Bélgica, los Midlands ingleses, etc., siguen siendo zonas industriales que tienen su origen en el carbón. Para reducir costes se construían las fábricas cerca de las minas y así surgieron estas zonas industriales que, todavía hoy, siguen siendo los núcleos económicos de sus respectivos países.
En resumen, la revolución industrial fue posible gracias a la máquina de vapor y esta funcionaba gracias al carbón. En Europa occidental hay una gran cantidad de yacimientos que fueron explotados y, gracias a ellos, creció la industria y con ello la expansión comercial y política de Europa en el mundo.
Hoy existen otras energías más limpias y eficientes, pero el carbón sigue estando muy presente en nuestra sociedad. Pero poco a poco está desapareciendo. Ya no es rentable. Las subvenciones públicas a las minas se están cortando y sólo será cuestión de tiempo que su uso desaparezca. Solamente quedará su recuerdo… y como regalo de los Reyes Magos.