Aunque transcurra en los años veinte del siglo pasado, cuando ya había pasado la época de expansión de Estados Unidos que dio lugar a ese cine tan épico, El poder del perro puede adscribirse perfectamente a este género, porque sus dos hermanos protagonistas, ganaderos de éxito en Montana, conservan en buena parte las formas de vida de aquellos años. Los hermanos son seres muy diferentes: George es un tipo tímido y extremadamente civilizado, por lo que no es capaz de congeniar con sus trabajadores, mientras que Phil es un hombre mucho más carismático y conocedor del oficio. No en vano presume frecuentemente de que todo se lo enseñó su gran amigo Bronco Henry, una figura que él sigue venerando cuando ya han transcurrido bastantes años desde su muerte. La llegada al rancho de la noticia de la boda de George con una viuda - cuyo anterior marido se suicidó - sacudirá la vida de ambos hermanos. Phil no acepta la nueva situación y hará sutilmente la vida imposible a su cuñada, mientras que el apocado George no es capaz de oponérsele. Será la visita del hijo de aquella, el adolescente Peter, la que trastocará la vida de Phil y hará surgir su verdadera naturaleza, revelando que su duro carácter y su descarado machismo no son más que una máscara. Dos son los fundamentos que sostienen esta sólida película: la preciosista dirección de Jane Campion, con un afortunado regreso al cine después de doce años, y la prodigiosa interpretación de Benedict Cumberbatch, que da vida a un personaje complejo y repleto de matices. Un western sin armas y sin apenas violencia, pero que da vida a un género muy necesitado de obras como esta para adaptar su magnífica tradición a los tiempos actuales. Así sí que es razonable hablar de estos temas tan de nuestro tiempo: sin personajes forzados ni situaciones inverosímiles.