Los socialistas, los miembros de la Nueva Era y los masones han declarado la guerra a los cristianos. Y, como en toda guerra, el enemigo debe ser derrotado, incluso con derramamiento de sangre si es necesario. Esta guerra no es diferente. El derramamiento de sangre lo anticipan todos los participantes en la batalla.
La opinión pública se sorprende ante los desprecios y agresiones que están sufriendo los cristianos en el mundo, incluso en países donde el Cristianismo forma parte de sus raíces históricas y culturales. Los políticos parecen más propicios a beneficiar otras religiones, como la musulmana, que es sumisa ante los poderes terrenales, antes que la de sus ciudadanos cristianos. El colmo del escándalo es la indiferencia y pasividad de los gobiernos occidentales ante las matanzas y vejaciones que sufren comunidades cristianas en Oriente Medio y otros países del mundo. ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué los cristianos son rechazados por los políticos?
Parece un misterio, pero no lo es porque todo tiene lógica. Por fin he descubierto por qué muchos políticos de nuestras aparentes democracias odian tanto a los cristianos que desean que desaparezcan. El héroe español del monopatín de Londres, Ignacio Echeverría, me ha ayudado a entender lo que está pasando.
Resulta que un cristiano practicante, como era Ignacio, se siente libre y fuerte por ser hijo de Dios, y capacitado para enfrentarse al mal y a la misma muerte con entereza, liándose a golpes contra los malos, representado en este caso por los terroristas asesinos de la Yihad.
Esa capacidad de ser libre y de rebelarse contra el mal de los auténticos cristianos debería ser admirada y premiada por la clase política, pero ocurre justo lo contrario porque los políticos prefieren el dominio y la sumisión del pueblo antes que la libertad y el valor.
Igual que Ignacio se lio a golpes contra los yihadistas, un cristiano libre puede plantarle cara, en un momento, a cualquiera de los muchos políticos corruptos y ladrones que están pudriendo nuestro mundo y llenándolo de injusticia y basura. Y eso produce recelo y hasta miedo en las clases dirigentes, mucho más interesadas en conservar su poder y dominio sobre el mundo que en gobernar sobre ciudadanos libres y felices.
Aunque parezca increíble, el político mediocre que inunda nuestros partidos y gobierno se siente más inseguro rodeado de héroes que de esclavos y están más cerca de los miserables y corruptos que de la gente con valores y principios. Desde la miseria política, el obvio que se promocione más una religión como el Islam, que significa "Sumisión", que un cristianismo que otorga al hombre una dignidad suprema y exalta la libertad individual.
Los políticos, que le tienen terror a los ciudadanos libres y que saben lo valientes y difíciles de domesticar que pueden ser los hombres y mujeres de fe y principios, prefieren gobernar sobre esas masas de cobardes lobotomizados, traidores y envidiosos que se forman en sus escuelas y universidades, donde los principios, los valores, el honor y la fe son diariamente reprimidos e ignorados para producir esclavos y borregos asustados.
Los tipos como Ignacio Echevarría, libres y con capacidad de rebeldía frente al mal, son los peores adversarios no solo de los yihadistas sino también de esos políticos corruptos y miserables que construyen cada día el mundo injusto y sucio que habitamos.
Mientras que un cristiano ama la libertad, un esclavo desea siempre someterse al Estado y que sean las autoridades las que resuelvan sus problemas.
El mayor enemigo de la democracia no es la corrupción, ni el abuso de poder, ni siquiera la tiranía visible, sino la sumisión al Estado y la adoración al Estado fuerte y todopoderoso, muy frecuente en las izquierdas y, por desgracia, también en algunas derechas, como la española, contaminada de intervencionismo, socialdemocracia y hasta actitudes leninistas.
Si se suman los votantes del PSOE, del PP y del resto de la izquierda, en España tenemos unos 20 millones de votantes que adoran el Estado y recelan de la libertad individual, más inclinados a que el poder les resuelva la vida que a enfrentarse a la existencia con su libertad.
Esa es la verdadera desgracia de España, la que convierte a la en otros tiempos brava y noble España en un país de cobardes sometidos a una de las peores, más corruptas y menos democráticas clases políticas del mundo occidental.
Francisco Rubiales