El poder no corrompe

Publicado el 12 enero 2012 por Gonzaloalfarofernández @RompiendoV
La tan manida frase de que el poder corrompe es un axioma falso. Y no sé por qué me da que lo han divulgado los afectados para justificar su podredumbre. Ya saben, por eso de echar siempre la culpa a terceros.
   A la hora de juzgar la calidad moral de un sujeto no hay que dejarse engañar por las apariencias. Sus mil disfraces no tienen otro objeto que enmascarar al monstruo que habita bajo ellos. Uno de los hechos que más incita al error es asociar la bonhomía o maldad de un individuo con las normas cívicas por las que rige su vida o el bando ideológico por el que lucha. Y como comprenderán, así es bien fácil equivocarse. Porque puede suceder que un ciudadano que tenga un comportamiento ejemplar o que luche por unos nobles ideales no lo haga impulsado por su ética sublime o su lucidez intelectual, sino por azar o interés.
   Por azar cuando su gregarismo innato lo atornilla a la influencia del ambiente en que crece y en éste prosperan las ideas sanas; por interés cuando considera que dichas ideas o bando le aportan beneficios que le permiten medrar a su costa (no sé por qué me viene a la cabeza el ejemplo de los políticos…). Incluso en determinados casos el comportamiento correcto puede ser incitado por un infantil deseo de rebelarse sin más, suponiendo que el sujeto crezca en un ambiente malsano. Es decir, que se puede ser malvado e idiota y luchar por la causa justa. Y al contrario, puede haber quien se equivoque en sus convicciones pero lo haga con profunda honestidad y sin maldad alguna. Así de complicado es el asunto.
   El peligro está en que estos individuos que no actúan como librepensadores sino como borregos o interesados –cuando no ambas cosas- podrían pasarse al otro bando sin que se alterase su esencia moral. Es decir, que no son de fiar. Son seres manipulables y proteicos en sus convicciones. Algo lógico si pensamos que éstas no han sido adquiridas por la fuerza de la razón y selladas por la bondad de sus sentimientos, sino impuestas por un eficaz lavado de cerebro. Basta que cambien las circunstancias para que abriguen un nuevo credo y se vuelvan radicales e intransigentes en sus creencias y acciones. En realidad son tan pobres de espíritu como los malvados a los que combaten. Vamos, que se podrían intercambiar como piezas de lego.
   Es por tanto de vital importancia distinguirlos de los espíritus libres que adoptan unos valores éticos insobornables y combaten guiados por su razón, su nobleza, su anhelo de justicia, su inteligencia, su generosidad y, en definitiva, por su virtud. Saber distinguirlos es crucial para evitar que los borregos y los malvados, disfrazados con la bandera victoriosa del progreso, se alcen con el poder. Que por desgracia, y a juzgar por la Historia, parece ser el aciago sino de la humanidad. Razón que explica el que con harta frecuencia causas que adoptan por mandamientos altos ideales degeneren en crueles tiranías o demagogias. Y de aquí que se haya inferido el falso axioma de que el poder corrompe.
   Pero insisto: ¡es falso! ¡Las personas virtuosas son incorruptibles! Otra cosa es que brillen por su ausencia… En cualquier caso, la prueba irrefutable de que no miento es que ha habido grandes hombres coronados por un inmenso poder que se han mantenido firmes en sus principios a pesar de las tentaciones. Incluso los ha habido que han renunciado al poder mismo por defenderlos.
   No, no se equivoquen, no es el poder el que corrompe. El poder no es más que un potente abono que hace germinar la semilla más profunda del ser humano. La que distingue a los grandes hombres de los mediocres y los malvados. El que se dé la casualidad de que las personas que ambicionan el poder suelan tener reconcentrado, en alta dosis, el germen de la corrupción, es a lo sumo sintomático. Pero no se engañen, no son los únicos. Muchos más lo llevan en su seno. Si pasa inadvertido la mayor parte de las veces es porque no germina. Y si no germina es simplemente porque no se le da la oportunidad de desarrollarse. ¿Creen que exagero? Las guerras confirman mi teoría. Basta ver con qué encarnizamiento los más ejemplares ciudadanos se aplican a torturar y asesinar a sus vecinos apenas se les concede la impunidad para entender de lo que hablo.
   Y ahora háganme caso, no sigan confundiendo churras con merinas. En saber distinguir la verdadera calidad moral de las personas está la clave de la supervivencia de la especie. De entre los que luchan por las causas justas hay que escoger a los espíritus superiores y apartar a la morralla humana movida por el interés o el sectarismo. Porque estos últimos, siendo espíritus mediocres e innobles, apenas se alcen con el poder se corromperán. No porque el poder corrompa, sino porque está en la naturaleza de la escoria corromperse.
Que sean felices…