El sendero de muerte, inoculado en nuestro ADN por los que mandan y seguirán mandando, es nuestro que hacer diario, para que no crezca la hierba en él. De esta forma se aseguran que generaciones venideras no se desviarán del plan trazado, para su existencia, en un plano que ni alcanzamos a imaginar, por los constructores de nuestra propia mediocridad.
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