Pese a las leyes de igualdad y los esfuerzos realizados en los últimos veinte años queda mucho trabajo por realizar para que la igualdad real se asiente en el seno del poder políticos que, como el económico y financiero, siguen siendo masculinos.
La falta de medidas de conciliación de la vida personal, laboral y familiar tiene mucho que ver con este tema, puesto que, los hombres en general no se ocupan de la organización y tareas domésticas ni del cuidado de las personas mayores, menores o dependientes de las que sí se han de encargar las mujeres. Esto unido a la falta de incentivos que pueden ofrecer los partidos para militar en sus filas y la dureza con la que se nos suele tratar a las mujeres en el ámbito político, resulta claramente desmotivador.
La toma de decisiones en ámbitos informales es otro factor que nos desmotiva, puesto que ellos siempre tienen tiempo y nosotras, en general, andamos siempre con “hambre” de tiempo. Y esa falta de tiempo nos condiciona mucho más que a ellos. Y nos puede llegar a enfermar por estrés y ansiedad.
Además existe una falta de referentes de mujeres políticas para que las niñas y mujeres jóvenes tomen nota de sus acciones y de sus formas de hacer política, y las pocas que existen siempre han sido las segundas en el escalón político del poder. Bueno que tenemos algunas que siendo primer escalón mejor olvidarlas, puesto que su complicidad con el patriarcado ha ido mucho más allá de lo deseable.
Además nuestros compañeros de organizaciones políticas, sindicales, etc. En demasiadas ocasiones no acaban de creer en la igualdad plena de derechos y obligaciones entre mujeres y hombres y acaban actuando con condescendencia con nosotras más que con activismo para conseguir, de verdad, esa igualdad de derechos.
La democracia está construida sobre bases patriarcales en sus tres poderes porque ninguno ha llegado a impregnarse de la necesidad imperiosa de llegar a una verdadera igualdad que podría salvar tantas vidas de mujeres y criaturas. No se trata sólo de presencia de mujeres, que también, sino también de que exista esa verdadera transformación social que predicamos desde el feminismo. Se trata de colocar el cuidado de las personas en el centro de la vida y trabajar para que las vidas sean vivibles. Pero para que eso ocurra hemos de transformarnos mucho primero a nivel personal y después colectivamente.
Y tanto el patriarcado como el capitalismo nos lo van a poner muy difícil, puesto que el actual sistema les beneficia de sobremanera pese a que sus consecuencias las pagamos mayoritariamente las mujeres y las criaturas incluso con nuestras vidas y el planeta al que se está esquilmando.
Necesitamos un cambio de paradigma y dar un vuelco no solo a la forma de hacer política, también a la forma de enfrentarnos a esas organizaciones en las que todavía el machismo, en las formas y en el fondo, sigue haciéndose presente de tantas maneras. Necesitamos que el feminismo impregne esas organizaciones y los gobiernos que vayan surgiendo. Que la igualdad real impregne las listas electorales y los nombramientos que emanan de cualquier proceso electoral. Necesitamos menos Arrimadas o Monasterio y más Calvo o Montero que por cierto, todas ellas son segundas de sus organizaciones y sirven como ejemplo.
Como he dicho muchas veces, el patriarcado nos quiere obedientes y sumisas con el poder que ellos siguen ostentando y por tanto, va a seguir poniendo obstáculos para nuestro avance. Pero como también he dicho en alguna ocasión, el feminismo ha llegado para quedarse y poco a poco seguimos avanzando en todos los ámbitos. Somos la mitad de la población y, aunque nosotras no lo veamos, estoy segura que en un momento dado llegaremos a tener la mitad del poder en todos los ámbitos y eso significará que la transformación social habrá sido un éxito.
Ben cordialment,
Teresa