Esta novela que narra el desesperado vuelo de un sacerdote desde su arresto hasta su ejecución, está ambientada durante la persecución que sufrió la iglesia católica en el México de 1920.
El terreno descrito por Greene, ya sea físico, social o psicológico, es pues una desolación apropiada. El protagonista, descrito pero jamás nombrado, es un sacerdote bebedor y padre de un hijo ilegítimo, con el que tiene un encuentro breve y desafortunado durante el viaje.
Las explicaciones psicológicas y espirituales que podrían ayudarle a comprender su destino resultan tan poco prometedoras como sus opciones de escapar de las autoridades seculares. Han puesto precio a su cabeza y sus perseguidores tienen derecho a ejecutar a cualquier aldeano dispuesto a ayudarle.
Pero tras la desaparición, y a pesar de la resistencia de Greene a oponerse a diversas formas de redención ya que le inquietan en particular las cualidades fraudulentas y orgullosas de la piedad, subyace una vaga comprensión de la bondad divina. El sacerdote aprende que tal vez las condiciones de sufrimiento y pecado sean el único medio por el que la presencia de Dios puede manifestarse en este mundo.
Son muchos los momentos álgidos de la novela, como por ejemplo, la noche que el sacerdote pasa en una prisión repleta, su cruzada en busca de vino con fines sacramentales o los enfrentamientos ideológicos y personales entre el sacerdote y el entusiasta teniente.
Graham Greene consigue crear un mundo perdido caracterizado por los polos opuestos de una intensa claustrofobia y un vacío abismal.
Greene tomo como escenario un hecho histórico lamentable en la historia de México, en un tiempo en que el gobierno mexicano luchó por suprimir a la Iglesia Católica Romana en varias áreas del país, época conocida como la Guerra Cristera
La Guerra Cristera (también conocida como Guerra de los Cristeros o Cristiada) en México fue un conflicto armado que se prolongó desde 1926 a 1929 entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que resistían la aplicación de legislación y políticas públicas orientadas a restringir la autonomía de la Iglesia católica
La Constitución mexicana de 1917 establecía una política que negaba la personería jurídica a las iglesias, subordinaba a éstas a fuertes controles por parte del Estado, prohibía la participación del clero en política, privaba a las iglesias del derecho a poseer bienes raíces, desconocía derechos básicos de los "ministros del culto" e impedía el culto público fuera de los templos. Algunas estimaciones ubican el número de personas muertas en un máximo de 250 mil, entre civiles, efectivos de las fuerzas cristeras y del Ejército Mexicano