Por Francisc Lozano*
La escena la hemos visto en innumerables ocasiones: en la sala de interrogatorios, sentado en una silla y frente a una mesa, está el sospechoso o testigo de algún crimen. Instantes después llegan dos policías. Uno es violento, ofensivo y no se apega a la ley. El otro es amable, comprensivo y se ofrece para servir como confidente y defensor del testigo o sospechoso, incluso si eso significa enfrentarse a su compañero.
En la realidad política, económica y social de Colombia -que es el sospechoso/testigo-, el policía bueno se llama Alvaro Uribe, un político que ha logrado pasar por los cargos más representativos del sector públicos que su imagen favorable haya sufrido mayores percances. El policía malo es, paradójicamente, su pupilo y actual presidente, Iván Duque.
Algunos no considerarán que lo anterior sea una posibilidad real, pero si nos apegamos a los hechos, hallaremos un patrón fácilmente reconocible de los que he planteado.
El primer gran movimiento del actual gobierno fue enviar al ministro Carrasquilla a hacer las declaraciones respecto a gravar toda la canasta familiar que el gobierno necesitaba para tantear las aguas. Cuando la opinión pública manifestó su inconformismo con esas propuestas, el ministro dijo que el gobierno no tenía influencia en sus propuestas, y que a él se le habían ocurrido dichas ideas. Tras un tiempo, el mismo gobierno hizo las mismas propuestas y las llevó al Congreso para que se convirtieran en una reforma tributaria de medio pelo, como casi todas las reformas que se hacen aquí. Pero como a los colombianos nos gustan los eufemismos, Duque decidió llamarla "ley de financiación", porque tal vez así la gente no se percataría de lo que realmente es. Pero las cosas no salieron tan bien como Duque las planeó, y los medios y varios congresistas se opusieron a su nefasta reforma, incluso él mismo se había opuesto a ese tipo de reformas, pero en ese momento fungía como senador y el presidente era Santos.
Pero cuando las decisiones de Duque, algunas informaciones que han salido a la luz pública y el desgaste típico que produce el paso del tiempo empezaron a tener un efecto negativo sobre la imagen de Uribe, el expresidente empezó a actuar como 'el policía bueno'. A todas las declaraciones de Duque que crean insatisfacción en una gran porción del pueblo colombiano, Uribe responde con una medida o propuesta que genera una tranquilidad pasajera. Cuando Duque propuso, cual policía malo, disminuirle los impuestos a las empresas y aumentárselos a los ciudadanos menos favorecidos, apareció 'el policía bueno' y ofreció 'un aumento extraordinario y por una sola vez del salario mínimo'; después vino el IVA para toda la canasta familiar del 'policía malo', pero contraatacó 'el policía bueno' y dijo oponerse al gravado de la totalidad de la canasta familiar; el penúltimo episodio de esta serie sin igual de ataques del 'policía malo' y 'el policía bueno' fue un video de Uribe en el que decía textualmente: "Pero necesitamos que Duque enderece, porque si Duque no endereza, nos va muy mal."
Recientemente escuché a Gilberto Tobón analizando los primeros 100 días de gobierno de Duque, 'el policía malo', y tengo que decir que concuerdo completamente con su visión. Es por eso que dije que es el penúltimo pase de la danza del 'policía bueno' y 'el policía malo', porque 'el policía bueno' es excesivamente narcisista y no permitirá que su imagen se manche, no importa si para lograr su cometido tiene que sacrificar al 'policía malo'. A Uribe no le importa inmolar a su pupilo. Al final, si para asegurarse el poder en el futuro necesita decir que Duque es un traidor, lo hará. Ya lo hizo con Santos, sus exjefes de seguridad, sus exministros y demás funcionarios que han caído en desgracia. Al fin y al cabo, lo único que le importa a Uribe es que su imagen sea como nuestra gloria: 'inmarcesible'.