Revista Cultura y Ocio

El Portugal del miedo, de la lucha y de la buena literatura (Reseña de 'Sostiene Pereira', de Antonio Tabucchi)

Publicado el 01 marzo 2017 por Jdmora
Luis Royo Antín (@luisroyoantin)
Hace unos años, tras disfrutar de un breve viaje a Portugal, me hice la siguiente pregunta: ¿qué sabemos de nuestro compañero de península? La respuesta la busqué en mí mismo, y no puede más que avergonzarme de mi desconocimiento sobre un país cuya capital dista de Madrid poco más de cinco horas de viaje en coche. Lo lamentable es que estoy seguro de que no soy el único ignorante. Si ahora mismo hiciésemos una encuesta por la calle sobre nombres de presidentes, poca gente dudaría en los casos de Grecia o Venezuela, pero ¿qué pasaría en el de Portugal? También deberíamos preguntarnos cuántas películas hemos visto producidas por nuestro vecino del oeste, frente a las que sí conocemos de factura francesa o italiana; o cuántas obras literarias portuguesas podríamos nombrar, al margen de novelas de Saramago y algún poema de Pessoa

El Portugal del miedo, de la lucha y de la buena literatura (Reseña de 'Sostiene Pereira', de Antonio Tabucchi)

'Sostiene Pereira'
Autor: Antonio Tabucchi
Editorial: Anagrama

Desde esa mirada altiva y prepotente hacia Portugal tan frecuente en nuestro país, la mayoría de españoles también ignoramos buena parte de su pasado, incluso del más inmediato. Como explica el historiador Julián Casanova, el siglo XX portugués es un gran desconocido en España, a pesar de que ellos al igual que nosotros, tras una república, vivieron una larga dictadura. De entre todas las etapas de ese sistema totalitario, Antonio Tabucchi eligió para su novela Sostiene Pereira el 1938, año en el que Salazar ocupaba el poder en el país mientras en España tenía lugar la Guerra Civil. Tabucchi también escogió un personaje que encaja perfectamente en ese tiempo: el periodista Pereira, un hombre que nos conduce a una época de miedo, censura en los medios de comunicación, violencia hacia determinados colectivos, chivatos, confidentes, culto a los intelectuales del bando vencedor y desprecio a los que discrepan. Todo esto, que nos suena de algo, copa el entorno amenazante en el que transcurre la trama de la novela. 
Los personajes también nos evocan la historia de nuestro país. En las primeras páginas, Pereira es un hombre sin conciencia política que no molesta al régimen. Su vida se limita a recordar a la mujer que compartió su vida antes de fallecer y a dirigir una, a priori, inofensiva sección cultural en un diario afín al poder del dictador Salazar. Pereira bebe limonadas en su bar favorito, le habla todos los días a una fotografía de su difunta esposa y planifica contenidos para su periódico sin despertar alarmas, hasta que se cruza en su vida Monteiro Rossi, un activista que colabora con una red de reclutamiento de luchadores del bando republicano en España y que aspira a publicar artículos con un marcado tono antifascista en la sección cultural que dirige el protagonista. Desde ese momento, Pereira abandona su pasotismo de forma inconsciente. De hecho, llega a experimentar sensaciones extrañas para él y a preguntarse qué le ha hecho pasar a colaborar con Rossi y con otros jóvenes críticos con el régimen que también han logrado agitar la vida tan monótona que llevaba antes. 
Sostiene Pereira es un homenaje a todos ellos: a los que lo dieron todo luchando contra los totalitarismos, a los que hicieron pocas acciones pero igualmente memorables y a todos los que sufrieron el miedo de los tiranos en sus propias carnes. La novela podría quedarse en eso, en un mero homenaje, pero en términos literarios es magistral. Los personajes son tan perfectos que darían para escribir otros sostienes con todos ellos. Un buen ejemplo es la portera de la redacción de Pereira, una mujer arisca que literalmente apesta a fritanga y que, como si ese olor ya revelara algo, tiene vínculos estrechos con la dictadura. En cuanto al estilo narrativo, la historia destaca por su sencillez en el uso del lenguaje y por su economía, ya que no sobran ni escenas ni diálogos. Tras leer las poco menos de doscientas páginas, he tenido la sensación de que, además de curar parte de mi ignorancia, Tabucchi logró algo que me produce un placer sobrehumano como lector: una novela de precisión.

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