Por Domingo Delgado de la Cámara
de http://www.detorosenlibertad.com
El pasado cuatro de Mayo de este año de gracia de 2011, Manuel Benítez Pérez cumplió setenta y cinco años. El Cordobés cumplió sus bodas de diamante con la vida. La efeméride ha pasado totalmente desapercibida. Prácticamente nadie la ha recordado. Y sí que merece la pena volver a hablar de Manuel Benítez, porque es el último gran revolucionario que ha tenido la fiesta. Y el último gran heterodoxo. Benítez cierra la lista de los revolucionarios. Después de él, las revoluciones habidas han sido dos tormentas en un vaso de agua: ni Paco Ojeda ni José Tomás han revolucionado nada. En primer lugar, porque sus carreras han sido demasiado breves e inconstantes. Para imponer un nuevo credo taurino, es imprescindible la constancia y la persistencia.
Además, los terrenos pisados por Ojeda eran precisamente los explorados por Manuel Benítez años antes; y los procedimientos de José Tomás están emparentados del todo con el más exquisito y tradicional academicismo. Por tanto, estas dos supuestas revoluciones han sido producto de la imaginación calenturienta de ciertos revisteros, pero no resisten la menor confrontación con la realidad del ruedo.
En realidad El Cordobés fue el último torero moderno, y su revolución cierra la historia del toreo moderno. Después del paso de Benítez por los ruedos, la fiesta entra en su etapa posmoderna, etapa en la que nos encontramos actualmente, y de la que aún no se tiene la suficiente perspectiva para enjuiciarla.
El toreo a pie profesional ha pasado por las siguientes edades históricas: la Edad Arcaica, que es la etapa de formación del espectáculo, y que abarca casi todo el siglo XVIII. Con la aparición de la primera tríada de figuras, Costillares, Pedro Romero y Pepe Hillo, entramos en la Edad Antigua, que transcurre desde los últimos años del siglo XVIII (concretamente desde 1789, año en el que los tres citados torearon juntos), hasta 1914, cuando se encuentran en los ruedos Joselito y Belmonte. Y con ellos empieza la Edad Moderna del toreo.
Tras más de un siglo de inmovilismo, a partir de José y Juan el toreo va a entrar en una fase de profundísimas transformaciones, tanto técnicas como estéticas. Juan, con su estética novedosa y con sus intentos de quedarse quieto, y ayudado por la técnica imaginativa y vanguardista de Joselito, abrirá una etapa nueva que será crucial en el devenir de la fiesta. Manolete será quien sea capaz de quedarse quieto con todos los toros. Y el Cordobés llevará esta quietud a sus últimos extremos, cerrando así la Edad Moderna.
Cuando Manuel Benítez se retiró por primera vez en 1971, se cerró la historia del toreo moderno. Y desde entonces estamos inmersos en el toreo posmoderno, que no es más que la repetición virtuosa de lo ya mil veces visto. Y en esta tauromaquia posmoderna las revoluciones son imposibles. Por una razón: porque Benítez ya se había metido en todos los terrenos, llegando a invadir completamente el terreno del toro. Y, por otra parte, El Cordobés distorsionó la estética torera hasta lo inimaginable. Y así hizo imposible cualquier ulterior intento revolucionario.
Ha sido el manierismo, más o menos virtuoso, el gran definidor del toreo posmoderno. La repetición constante y permanente de un supuesto clasicismo. Por eso todas las grandes figuras de esta etapa posmoderna tienen un concepto muy clásico. Porque Benítez hizo imposible cualquier revolución posterior. Él es la Revolución, el non plus ultra. No se ha podido ir más allá. A los toreros posteriores solo les ha quedado el camino del refinamiento estético, tan virtuoso unas veces, tan empalagoso otras.
Juan Belmonte-Manolete-El Cordobés. He aquí la gran terna de heterodoxos del toreo moderno. Estos son los tres grandes revolucionarios, y nadie más. Los otros toreros tenidos por geniales y revolucionarios, fueron aproximaciones pálidas de los tres colosos. Los toreros tenidos por artistas, son un pálido reflejo de lo que fue Belmonte. Los que se han quedado muy quietos, un pálido reflejo Manolete esta vez. Y los de aire iconoclasta y contestatario, palidecen al compararlos con El Cordobés. Y enfrente de la terna revolucionaria, está la terna clásica y compiladora del toreo: Joselito el Gallo-Pepe Luis Vázquez-Paco Camino. Todos los toreros tenidos por clásicos, se han arrimado a los conceptos de estos tres fenómenos, las tres mentes más clarividentes del toreo moderno.
En esta retrospectiva de los toreros clave de la tauromaquia moderna, no puedían faltar dos nombres: Domingo Ortega y Chicuelo. El primero llegó al dominio absoluto del toro con unos procedimientos personales, sui generis, muy distintos a los utilizados por Joselito y los otros toreros poderosos. Chicuelo es el eslabón perdido entre José y Juan, por un lado, y Manolete por el otro. Ligando en redondo como José y yéndose al pitón contrario como Juan, fue el primero que realizó faenas como las actuales. Pero por su abulia y falta de valor, lo hizo en muy pocas ocasiones. Es Manolete quien impone definitivamente este concepto, el de la ligazón y estructura de la faena, porque él sí que tenía valor para hacerlo. Y será Manuel Benítez quien lleve la quietud y la cercanía al paroxismo, pues su valor era sobrehumano.
Y ya está, señores. Ya está. Todos los demás toreros, muchos muy buenos, apenas aportaron nada a la evolución del toreo. Se limitaron a hacer lo ya conocido.
Belmonte fue el primer revolucionario, el que trajo el afán por quedarse quieto. Manolete fue el segundo revolucionario, el que impuso definitivamente esta quietud. Y El Cordobés es el tercer revolucionario, el que llevó esta quietud hasta sus últimos extremos.
Y no ha habido más revoluciones. El leit motiv del toreo moderno es la obsesión por la quietud, y esta obsesión es lo que une a los tres grandes revolucionarios.
Otra característica común de los tres revolucionarios, es lo desbordante de su personalidad. El patetismo intelectual de Belmonte, el estoicismo espiritual de Manolete y la irreverencia iconoclasta de Benítez, fueron tres imanes poderosos que hicieron de ellos tres mitos españoles. No solo mitos en el mundo de los toros, sino que fueron los tres personajes más admirados e idolatrados de la España de los años diez, los cuarenta y los sesenta respectivamente.
Poner al mismo nivel el caso José Tomás, es simplemente una chaladura producto de la tremenda incultura taurina de los creadores de opinión. José Tomás es un inconstante torero clásico. ¿Qué tiene que ver con una revolución? Además, la manera en que José Tomás dirige su carrera, es de lo más prudente y conservador: pocas y muy escogidas corridas, con compañeros que no incordian. Si esto es una revolución, que venga Dios y lo vea. La terna revolucionaria por su parte, toreó cien festejos al año durante muchos años, en cualquier plaza y con cualesquiera compañeros. Compañeros tan molestos y competitivos como Joselito, Arruza, Luis Miguel Dominguín, Diego Puerta, Paco Camino, El Viti...
Siempre he dicho que El Cordobés fue la consecuencia de Manolete. El uno era elegante y el otro zarrapastroso, es verdad. El uno tenía clase, mientras las maneras del otro eran de una zafiedad total. Pero la tauromaquia de ambos se basa en los mismos conceptos: la quietud, la ligazón y la mano izquierda. Manuel Benítez lleva las ideas de Manolete a sus últimas consecuencias. Todavía más quieto, todavía más ligado y todavía mejor mano izquierda. Un torero portentoso, con un aguante y un mando únicos.
Y con muy mala prensa, cosa que, por otra parte, me encanta. Pues nada me gusta más que discrepar de la crítica establecida. La mayoría solo supo ver las melenas, la risa de hiena y el salto de la rana. Y no se dieron cuenta de que todo eso era lo accesorio y no lo fundamental. Lo fundamental era un valor brutal que le permitía pasarse al toro muy cerca y ligar ¡diez naturales y el pase de pecho! como quien lava. Su zurda ha sido de las mejores de la Historia. Y ahí están las imágenes para quien las quiera repasar. Por ejemplo, las del Atanasio con el que cortó por primera vez en Madrid dos orejas en el 64; las del Torrestrella y el Marqués de Domecq de Bilbao; las del Núñez al que cortó el rabo el Sevilla... En estas tardes no hubo rana. No la necesitó. Eso era la traca final. La base de sus triunfos siempre fue la quietud y la mano izquierda. Se arrimaba más que nadie y podía más que nadie. Por eso mandó en el toreo de su tiempo.
Se equivocan, pues, los que dicen que El Cordobés fue solamente un fenómeno publicitario. El toro no entiende de fenómenos publicitarios porque no lee los periódicos. Hubo muchos toreros por aquellos años que creyeron encontrar un filón explotando las maneras irreverentes y chabacanas de Benítez. Ninguno llegó a nada. No se daban cuenta de que eso era la anécdota, porque lo esencial y la base del éxito del Cordobés era el valor, la quietud, la ligazón y la mano izquierda.
En cuanto a sus maneras tan discutidas debemos decir que fue un fenómeno que se había producido en todas las artes. El culto por el feísmo y la contestación a la estética clásica, también se habían dado en la música, en la pintura, en la arquitectura, en la escultura... Y el toreo no iba a ser la excepción. El Cordobés es en el toreo lo que Stravisnsky había sido en la música. La diferencia es que todos los musicólogos alabaron siempre la aportación de Stravinsky, mientras que la crítica taurina no termina de ver la importancia de Manuel Benítez El Cordobés, con el que culminó la historia del toreo moderno.
Un día, en un arrebato de locura de los suyos, se montó encima de un toro. Fue su forma de demostrar que había invadido totalmente los terrenos y tenía al toro totalmente dominado. Era el fin de la tauromaquia moderna. Habían transcurrido sesenta años desde la aparición de Juan Belmonte: Belmonte el Alfa, El Cordobés la Omega del toreo moderno...
Dentro de dos años, en el 2013, se cumplirán los cincuenta años de su alternativa. Esperemos que entonces sí se acuerden del Ciclón de Palma del Río, y que se le otorgue el homenaje que se merece uno de los toreros más transcendentales de toda la historia de la tauromaquia.