Imagen: sitio.de
Hace muchos, muchos años, Canarias era un paraíso único en el mundo por sus playas, su clima y el cariño y dulzura de sus habitantes. Incluso eran muchos los turistas que venían a las Islas Afortunadas para conseguir grandes descuentos en tabaco, ropa o equipos electrónicos, convirtiendo al archipiélago en punto de parada obligatoria para extranjeros y turistas nacionales. Varias décadas después, todo eso ha cambiado y probablemente empeorará.
Con mi alegación inicial no pretendo herir la sensibilidad de los isleños al intentar hacer creer que no nos queda ya nada de eso, porque sí que nos quedan playas, buen clima y calidez en el trato a los foráneos. A lo que me refiero es que cada vez tenemos menos playas, por la codicia de aquellos que abren la mano y permiten que se construyan grandes hoteles en primera línea de la costa. Y en cuanto a nuestro carácter éste está cambiando por el obligado exilio al que se nos está sometiendo.
Sobre este segundo asunto me gustaría incidir más detenidamente puesto que es el que más desconcierto está causando en la sociedad canaria. De repente, un día, al Ministerio de Fomento se le ocurre la genial idea de obligarnos, como se hiciera hace más de una década, a portar un papelito asegurando que vivimos en Canarias. Y no contentos aún con semejante atraso, ahora si sacamos un billete de última hora y este resulta que tiene que ser obligatoriamente en primera clase porque no queda otro tendremos que pagar el 100% de su importe.
Pero es que además ahora por vivir rodeado de agua salada y contar con un clima tropical carente de lluvias durante casi todo el año también resulta que juega en contra nuestra, porque sino no se entiende como un Gobierno puede dejar desasistida y sin subvención alguna a una comunidad autónoma que depende del agua desalada. Ahora estas empresas que tratan el agua tendrán que incrementar su factura, según dicen los medios, hasta en un 50% por carecer de esa subvención estatal.
Así que sí lo que pretenden desde el Gobierno de la Nación es que volvamos a nuestros orígenes y bebamos agua de lluvia o leche de cabra y nos movamos entre islas en canoas siempre y cuando el tiempo lo permita, así será porque si el precio para los políticos peninsulares (y para algún agregado de última hora que ha cambiado de bando) que tiene ser canario es ese, yo estoy dispuesto a pagarlo porque estoy orgulloso de vivir donde vivo.
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…
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