Si hay algo a lo que nuestra actual sociedad nos empuja y nos anima es a tener un cuerpo diez. Así, hechos como envejecer, ganar algo de peso o presentar el más mínimo defecto son elevados casi a la categoría de pecados.
Por tanto, en este panorama en el que los anuncios, las revistas y los reportajes fotográficos nos muestran a modelos que parecen estar hechas con escuadra y cartabón, no es de extrañar que muchas personas acaben despreciando su cuerpo por el simple hecho de no seguir este ideal.
Pero no le echemos toda la culpa a los medios. Las ideas y las creencias que nos vamos formando, así como las que se transmiten de generación en generación, también están contribuyendo a hacer mucho daño a nuestros jóvenes, en especial a las chicas. Así, factores como la constante búsqueda de popularidad, los arraigados pensamientos de que la belleza conduce irremediablemente a la aceptación y el papel sumiso que se le ha dado a la mujer en relación a la necesidad de estar siempre disponible y bella para el hombre, están causando graves traumas de inimaginables consecuencias.
Quizá muchos puedan preguntarse: ¿pero nadie obliga a las chicas a que tengan un cuerpo perfecto, a que siempre vayan maquilladas o a que usen tacón, no? Y la respuesta sería: ¿realmente crees que no es así? Aunque nadie ponga una pistola en el pecho a nadie para que esto ocurra, sí que es cierto que nosotros mismos (tanto hombres como mujeres) en el propio transcurso de nuestra formación como grupo social estamos modificando la percepción de las personas acerca de la importancia del cuerpo. Así, las niñas menos guapas son cruelmente rechazadas, las que les sobran unos kilos son duramente recriminadas y muchos chicos no sienten el más mínimo pudor al despreciar a personas sólo por su físico.
Y la cosa no queda ahí. El principal problema es la gran vinculación que nosotros mismos creamos entre nuestro cuerpo y nuestro valor como persona. La explicación es sencilla: “como me sobran unos kilitos nadie me quiere, y si esto es así es porque realmente no valgo nada. Por tanto, la única forma de ser alguien y de que vuelvan a quererme es adelgazando y siendo atractivo/a.” Siguiendo este razonamiento, erróneo pero nada descabellado, miles de jóvenes (generalmente chicas) caen en las garras de los terribles trastornos alimentarios de la anorexia y la bulimia. “Ahora el control es mío, yo decido como quiero ser y como mostrarme ante los demás, mejor muerta que rechazada”
Por tanto, si realmente fuéramos capaces de valorar a las personas por lo que son, no por lo que aparentan; si no dudásemos en resaltar las cosas buenas que nos ofrecen diariamente; y si aceptásemos de una vez que el envoltorio no dice nada sobre el sabor del caramelo, seguramente transformaríamos nuestro mundo en un lugar en el que no fuese necesario tener miedo de mostrarnos ante los demás.
foto|graur codrin