Hay dos cosas en esta vida, hay más de dos, que me desagradan profundamente, que me molestan y que, hace años, hubieran bastado por sí mismas para desequilibrarme tanto creativa como emocionalmente. Una es que se me haga de menos, a mí o a mi poesía, y otra es justo lo contrario: que se me valore, sobrevalore, muy por encima de mis méritos personales o literarios. A cada cuál según sus méritos. Sus méritos. No su posición social. No los enchufes de que disponga para medrar. No su dinero. Sus méritos. Sus putos méritos. Si los tiene. Como todos sabemos, las cosa no funciona así, ni aquí ni en la Conchinchina.
Nunca me ha importado, a pesar de mis dificultades económicas, recitar gratis. Nunca. Quienes me conocen lo saben bien. Así que en estos últimos 20 años he recitado en toda clase de sitios y para toda clase de gente, desde universidades al otro lado del charco a bares del inframundo, en condiciones en algunos casos de todo menos poéticas. ¿Qué pido a cambio? Un poco de respeto no estaría mal, por ejemplo. O que, por recitar gratis, no se me tome, encima, por gilipollas, o por algo peor: por alguien sin talento.
Me explico. Un día de la próxima semana me había comprometido para recitar con otros 3 o 4 poetas, en el bar de una persona que si bien no es amiga mía, sí la conozco. Por supuesto, íbamos a recitar gratis. Luego íbamos a pasar una chistera para recoger la voluntad del público asistente. A cambio, me imaginaba, al menos, un cartel con nuestros nombres para anunciar y difundir lo más posible dicha lectura. Esta misma mañana, sin embargo, me entero de que no hay cartel, de que en el evento creado en una determinada red social ni siquiera aparecen nuestros nombres. Se acabó, pensé. A mí me ha costado y me cuesta mucho luchar por mi nombre, que además es un nombre guapo, como para que se oculte ese nombre, mi nombre, así que, en resumen, recital suspendido, al menos en lo que a mi presencia en él concierne.
El segundo caso es más complejo. Interviene la mala fortuna, por así decir. Resulta que un mes de estos iba a acudir a cierto encuentro de poesía. He de decir que es un encuentro de poesía en el que los poetas que asisten se hacen cargo de todos los gastos, es decir, viaje, alojamiento, comida, etcétera... Y yo, aunque no tengo un duro, iba a asistir. Me interesaba asistir. Acuden poetas amigos a los que hace años no doy uno de esos abrazos fuertes y solidarios. Presentaría mi nuevo libro, Campanas de Etiopía, en fin, bien... Hasta que llega el programa provisional de dicho encuentro y veo mi nombre colocado, al menos en mi apreciación, el peor día para recitar y a la peor hora posible, a las once de la mañana. Por supuesto, los poetas a los que yo quería saludar y escuchar recitar, sin desmerecer a ningún otro, leen todos ellos el sábado, sobre todo en la sesión de la tarde y última de dichos encuentros. Hay una explicación. Muchos de los poetas trabajan. Y algunos solo pueden recitar dicho día. Lo entiendo, por supuesto. Pero no me compensaba, entonces, realizar un viaje de varias horas y gastarme un pastizal, yo que no trabajo, ya se sabe que el acto físico de escribir no se considera trabajo, para recitar cuatro poemas a una hora intempestiva y además tener que volverme si ver a quien yo quería ver... En resumen: la organizadora del evento entendió mi punto de vista, cuando se lo expliqué, e incluso, cosa que la honra, quiso hacerse cargo de los gastos del viaje y alojamiento... a lo que, como entenderás, tuve que decirle que no... Como tampoco cambiar mi turno de lectura al sábado y poder perjudicar así a cualquiera de esos poetas que por motivos laborales solo pueden recitar ese día...
Unas veces a causa de la mala fortuna, otras como consecuencia del desconocimiento de quien te, entre comillas, contrata, y otras, simplemente, por mala fe, envidias o antiguos rencores, el caso es que he llegado a la conclusión de que, de ninguna de las maneras, me compensa hacer las cosas de manera gratuita o altruista, por lo que tengo que reconocer y admitir que, al menos en mi caso, me resulta contraproducente y hasta perjudicial hacer las cosas de manera desinteresada, ya sabes, en muchas casos mi recompensa son disgustos, decepciones, malentendidos, mosqueos, en fin, tiempo de escritura dilapidado, etcétera, por lo que, sintiéndolo mucho, sintiéndolo en el alma, quien o quienes me quieran escuchar recitar en directo tendrán que pagarme de acuerdo a mis méritos, en este caso méritos literarios o poéticos, o, dicho de otro modo, dicho en modo Toni Montana en El precio del poder: Todo lo que tengo en esta vida son mis cojones y mi palabra y no los rompo por nadie, ¿entiendes?
Finalmente, llego a la conclusión, conclusión que debería estar clara ya desde el mismo principio, que de deberme a alguien, me debo a mis lectores que, en definitiva, pocos o muchos, son los que compran y, sobre todo, leen mis libros, si consiguen dar con ellos claro... Y me debo, en especial, a las escasas personas que, de un modo u otro, con su generosidad me consiguen tiempo para que yo escriba. Y lo que los lectores, caso que uno los tenga, y lo que estas personas me reclaman, como escritor, es precisamente eso: que escriba y que me deje de hostias... Insisten, incluso: Tú solo tienes que preocuparte de escribir, olvídate de lo demás y escribe... Y eso llevo haciendo más de 15 años ya. Escribir. Por último, he subido estos 3 vídeos en los que aparezco recitando algunos de mis poemas porque, de algún modo, en ellos está lo único que realmente puedo decir que poseo: Mis cojones y mi palabra. Y no los voy a romper por nada ni por nadie. No trae cuenta.