Desde mediados de mayo la zona vieja de Santiago es un herbidero de gente. Raro es el día que no se organizan largas colas en la Plaza de la Quintana para entrar en la Catedral por la Puerta Santa y ganar el jubileo, y atravesar las plazas que ciñen el templo o las callejuelas adyacentes es más que una odisea. Los peregrinos se agolpan en el palacete conocido como Casa del Deán, donde se encuentra la oficina del peregrino, para cumplir con el último trámite de su viaje: conseguir el último sello en su credencial y llevarse la tan ansiada Compostela. La sensación de aglomeración, no obstante, no la generan tanto estos últimos como las excursiones de aspirante a ganar la indulgencia plenaria por la vía rápida, merced a la gracia del Año Santo. Grupos inmensos, de una media de edad de 70 años, que por calles como el Franco son como maniobrar un portaaviones en un puerto pesquero. La dinámica de éstos es casi siempre la misma: llegan juntos a la catedral, cumplen allí con los ritos pertinentes: rezo en la cripta, abrazo al Apóstol y rápida salida por la Porta de Abades. Un verdadero alarde del manejo de flujos humanos por parte del cabildo que, incluso, consiente que aquellos que quieren ganar el jubileo cumplan con los requisitos de confesarse y asistir a misa en otras iglesias de la ciudad o, incluso, en sus propias parroquias. Aquellos que se deciden a ir al oficio en la catedral lo hacen por su cuenta y riesgo o por puro vicio. Una vez cumplida con la parte espiritual los grupos se disgregan, organizando grupúsculos de composición atómica que se disponen a curiosear por la ciudad como los fantasmas del comecocos. Unos pasean, otros se aposentan en las terrazas, otros (sobre todo las mujeres) echan el ancla en las tiendas de souvenirs... y así matan las horas previas antes de subirse al autobús y volverse para su casa. Algunos grupos incluso comen en la ciudad, otros, no pocos, ni eso. Sin embargo, esta flotilla piadosa es la que contribuye más activamente a que los Xacobeos sean años de bonanza económica en la ciudad.
Menores en cantidad pero muy potentes a nivel de gasto son aquellos que llegan a Santiago con motivo de la celebración de un congreso. Los congresos son el pan nuestro de cada día durante el año Santo. El perfil de estos visitantes es, económicamente, más jugoso: varias noches de hotel, comidas en restaurantes y tapeos nocturnos, obligada compra de regalos para la familia... No se suele hablar de ellos, pero están ahí y son muy potentes. Grandes víctimas del Año Santo, puesto que de celebrarse un año antes o un año después, todo (alojamiento, comidas, etc.) casi seguro les habría salido más barato.
Por último están los peregrinos, los grandes enemigos de la hostelería. El dicho de llegar y besar el santo se cumple casi en el 100% de ellos: llegan a la ciudad, cumplen con aquellos rituales que sus guías -en ocasiones grandes mentirosas- les dicen son tradición, se toman una caña en una terraza (si no llueve) y regresan a su casa. Tiempo medio de permanencia en la ciudad de los peregrinos: un día y medio según estudios de la Consellería de Turismo. Pero, ¿es realista pretender "hacer negocio" con los peregrinos? Cierto que se puede cobrar más caras las pensiones y hoteles, la comida y el precio del café, aunque la ganancia tampoco se puede considerar millonaria. Por lo general el peregrino viaja con poco (incluso cuando tiene mucho) y su filosofía es más bien ahorradora. El económico (o nulo) precio de los albergues públicos, la creación de los "menús del peregrino" (que es el nuevo nombre del filete con patatas) y los bajos precios que se encuentran en los pueblines que atraviesa el Camino contribuyen a generar este espíritu económicamente conservador. El dinero: "in tasca". Por otro lado, esto era lo propio del peregrino en la Edad Media, con el auge de la peregrinación. En el Códice Calixtino, cuando se describen los atributos de estos viajeros de la fe, ya se dice que el morral (la bolsita donde llevaban sus pertenencias) debía de ser pequeña y con la boca estrecha. El pasar necesidad era una vertiente del sufrimiento expiatorio que debía padecer el peregrino de cara a la concesión del perdón de sus pecados. El Calixtino, insite también en la importancia (entonces vital) de la hospitalidad con los peregrinos, que atañía no sólo a aquellos religiosos y nobles que habilitaban hospederías y hospitales, sino también (y sobre todo) a aquellos que tenían la oportunidad de brindarles algún tipo de ayuda pecuniaria, alimenticia o taumatúrgica.
El vivir de la caridad alimentaba en algunos pillastres la más fina picaresca, y todavía lo hace a día de hoy. El índice de mendicidad tiende a aumentar en Compostela y ciudades vecinas durante los años santos. Del siglo XVIII se conserva un curioso relato de tres pícaros franceses que narran una jornada de comilona gracias a la sopa boba de los conventos compostelanos. En la actualidad son un conglomerado de "perro-flautas", gitanas y ¿peregrinos?. Estos últimos son los más sospechosos: piden argumentando que necesitan dinero para volver a casa. ¿Engaño o realidad? Sea como fuere se sacan siempre unas monedas al superar el recelo de muchos.
Así las cosas, los que viven o trabajan por la zona vieja (sólo éstos porque la zona nueva es otro cantar, allí no existe el Año Santo) se ven obligados a sortear excursiones, comboys piadosos, peregrinos maltratados y renqueantes para poder desempeñar sus obligaciones o disfrutar de su tiempo, y los hosteleros se quejan porque tanto jaleo no les sale a cuenta. Es por esto que demandan la celebración de actividades populares y populosas en la ciudad, y encuentran en actividades como el desfile de las tropas imperiales (frikada que, camuflada de llamada espontánea se financió con dinero público) o la "feria medieval" que se celebra esta semana pequeño balones de óxigeno.