Ganó Trump. El atrapa coños. Nos estamos acostumbrado a fallar. O quizás ya estamos hartos de que el candidato menos malo sea un esbirro del sistema. El que engaña menos pero lo hace tacita a tacita. Quizás preferimos experimentar y ver si el grano revienta. Cansados tal vez de que nos den a elegir entre pares o nones. Entre papel piedra o tijera. Entre un loco o un cuerdo que no ejerce. Aburridos de tanto títere de lujo por lo caros que nos salen.
Ahora viene la fiesta del analista, muchos de ellos cuentistas. Por qué esto y lo otro. Los forenses del hecho muerto y consumado. Expertos del “esto se veía venir”, a toro pasado, con sus charlas intrascendentes que aburren a las ovejas. Solo valen para que la cadena de turno haga caja mientras nos tienen encadenados. Que inventen el túnel del tiempo y manden sus palabras atrás, de viaje, con un mensaje al pasado que le sea útil al presente. Es el charlataning. Luego hablan del edredoning.
Las elecciones se han convertido en una aventura de riesgo en la que participan unos descerebrados que votan a su Rey. Masoquismo cívico. Cada país acabará presumiendo de sus ladrones nacionales. Lo vimos en España y en EEUU. Pero la culpa será como siempre de los desheredados laborales, de los indignados. De los olvidados a los que nunca nadie escucha. Hablaron en las urnas y bajó la bolsa. Esa pobre gente hizo daño, quién contaba con eso. El pueblo siempre es el culpable y no quien nos engaña.
Ya no hay buenos y malos porque los segundos son los verdaderos depredadores. Somos las ratas de Hamelin. En realidad nos vale cualquier flauta aunque las notas musicales sean tan solo mentiras.