El Presidiario 466/64

Por Dlodestro @dlodestro

Me encuentro ante el  problema de hablar de alguien sobre quien hay tanto que hablar que se transforma en indecible el discurso. Un hombre que pudo darse cuenta en la penumbra de la noche más oscura, más oscura que su propia piel, que el secreto de la paz es la búsqueda del vestigio primigenio de la unidad. Es difícil hablar de un hombre que a punto de dejar de serlo y abandonar su existencia, es más humano que cualquier vivo consciente, que enfrentándose al último agón de su obra maestra de vida, sigue luchando pero ya no en la soledad de la cuadrada celda sino esta vez ante la mirada atenta del mundo.

Nelson Mandela no es cualquier ser humano, aunque es un hombre cualquiera. No cualquier ser humano arrostra la reclusión durante 27 años, en una condena a trabajos forzados, con prohibición de hablar, solo recibiendo una carta y una visita cada seis meses. El castigo del silencio y la incomunicación es un acto de flagrante deshumanización, de reducir al humano que lo padece a un mero animal de carga, un mono que golpea la  roca para no sufrir la flagelación del látigo desgarrando a jirones la piel de su espalda ya lacerada por una sociedad desintegrada.

Sin embargo la prohibición de hablar con el otro no le privó del acto íntimo y elemental de conversar consigo mismo, de reflexionar y pensar. En lo más recóndito de su cerebro sus más íntimos pensamientos deambulan muchas veces sin dirección, flotando,  buscando conciliar una lucha que no luche, pero sin rendirse y claudicar. Como quien es sitiado por el conquistador, su propia alma libre primero se conquista: la lucha primero es una lucha contra sí. ‘¿Cómo salir en libertad y no pisotear las flores del jardín de quienes son culpables de esta injusta desgracia?’ Sea cuales sean los interrogantes, han permanecido quizás latentes e inconscientes operando sutiles en sus vísceras, profundamente sepultadas en sus riñones. Solo la conquista de sí mismo puede mediante un acto volitivo alzar el brazo y con el índice señalar el camino: la lucha se pierde cuando sus propios valores y principios son violado por quien los profesa. Solo su silencio y reclusión serán útiles en la medida que no sean solo un estandarte, más bien, un elemento rector, una ley íntima; donde el juzgado de la conciencia condena en el fuero interno la violación del propio código proclamado. Es en este acto de liderazgo, donde quien vive así se pone el propio cabestro y toma las riendas de su vida.

Su rostro refleja en la sonrisa la victoria de quien paciente supo bucear en los claustros más profundos de su alma y enfrentar la propia negrura. Hoy agoniza y quien agoniza se disputa, lucha, pelea y patalea en la inmovilidad. Hades aguarda paciente, Caronte preparado se acerca a la orilla. Pero esta lucha aun cuando parece que se pierde, gana; porque su desenlace es otra muestra de que aun los más grandes están sometidos al último acto de igualdad y unidad: La muerte.

Llame como le llame: Mkhulu, Dalibhunga, Rolihlahla, Madiba, Mandela, Tata o 466/64, mis ojos no ven al presidiario, ni al político, sino al hombre a quien su ideología lo expuso al más largo rito de iniciación para forjar el carácter de  quien quiso ser: la invicta argamasa de una nación unificada.