El primer concierto

Publicado el 09 junio 2020 por Beitavg

Era 6 de junio de 1998. Eran las 23.00 horas. Tenía 13 años y era mi primer concierto.

Fue en el Campo de Deportes de Montequinto y, curiosamente, aquella noche de finales de primavera, hacía bastante frío. Me llevó mi padre (que tiene un curioso historial de conciertos conmigo, pero eso es para otro post), me había quedado sin entradas para el concierto que dio en el mismo recinto Ricky Martín y Jarabe de Palo me pareció buen sustituto. Qué cosas, al final siempre fui más del lado oscuro que de María.

De Pau Donés no sabía nada más que su flaca repitiéndose en mi radio en una cinta grabada con el "Carácter Latino I" el verano anterior. Después Seguridad Social, Celtas Cortos, aquel Demasiado Corazón de Willy Deville, Café Tacu(v)ba y el Ágarrate a mí, María de Los Rodriguez junto a Fito Paez, Duncan Dhu para acabar con Compay Segundo...no estaba mal para una niña de 12 años.

Después de la Flaca vino su Lado Oscuro. La segunda la había grabado de Dial tal cual, el programa de radio que escuchaba los sábados antes de que se hablara más de lo que se cantaba. En el 98, las canciones se grababan de la radio rezando para que al locutor no le diera por hablar en los últimos compases (la mayoría de los que me leéis lo sabéis pero por si algún componente de la Generación Z despistado llega hasta aquí). No existía Spotify y yo ni siquiera tenía ordenador, pero si una máquina de escribir con la que aprendí lo básico de mecanografía haciendo mis pinitos con cuentos que acabé tirando (tonta de mí, si hubiera sabido lo que sé hoy de mí misma y de mi escritura). Encarta me encontró después y en 2002, Internet.

Y la gente empezó a chillar "GRITA" ...mi padre todavía se ríe de mi cuando se acuerda de que yo pregunté en voz alta que "para qué querían que gritara el muchacho" ...siempre tuve esas caídas. Y Grita sonó en su guitarra y la canción se volvió para mí un verdadero himno, quien sabe si, quizás, por eso mi mano y mi oreja siempre están prestos y dispuestos.

Volví a casa tarde sintiéndome muy mayor y muy importante. Qué cosas, veintidós años y tres días después, no me importaría volver a aquella noche de viernes muy próxima a esas vacaciones eternas que sólo se pueden vivir en la adolescencia.

Depende, Agua, Tiempo...aquel tipo que, dejaba todo su mundo de publicista atrás para darle a la guitarra aun sin tener la mejor de las voces, era un valiente. Dejar lo que se debe por lo que se quiere es una aventura que sólo los elegidos pueden cumplir...aunque uno no sabe si está elegido hasta que se lía la manta a la cabeza y lo hace.

Su muerte me sorprende hoy como un jarro frío de nostalgia -es curioso como la muerte de un desconocido puede llegar a afectarnos más que alguna cercana-. Somos nuestros recuerdos. Somos todo lo que hemos vivido, los momentos que vuelven a nuestra mente una y otra vez, voluntaria o involuntariamente. Jarabe de Palo era el inicio del fin, el adiós definitivo a los días de niñez en los que, por H o por B, tampoco fui demasiado infantil. Después llegó el maestro Sabina, que dejaba en mi piel impregnadas las historias que jamás viviré como su pirata cojo.

Podría pensar que con Pau se va mi primera vez, esa que siempre hay una para todo. Pero es imposible decir adiós cuando sus canciones forman parte de mi propia piel. Muchos pensaréis que es exagerado, pero nadie me va a convencer de que no estoy hecha de los libros que he leído, de los cuadros en los que me he deleitado, de las calles que he pisado y de las canciones que he cantado.

Hasta la próxima vez que nos encontremos en la música, Pau. Y si quieres más pues...GRITA.