El psicólogo Harry Harlow entre los años 50-70 realizó una serie de escandalosos experimentos para profundizar en la naturaleza del apego, los efectos de la privación sensorial y de la falta de socialización.
Aunque sus estudios fueron absolutamente crueles no debemos perder de vista el contexto histórico en el que se produjeron. Los expertos en educación de aquella época defendían a ultranza posturas de distanciamiento emocional con los niños para evitar en la medida de lo posible hacerles excesivamente vulnerables.
Una de las figuras abanderadas de esta concepción fue el psicólogo John B. Watson, quién en su libro "Psychological Care of Infant and Child" afirmaba que demasiado afecto conducía a problemas psicológicos en el futuro. Llegaba incluso a aconsejar que en caso de ser necesario besar a un niño se hiciera tan sólo en la frente. Siguiendo estas directrices la consigna recomendada para hospitales y orfanatos era no tocar a los niños.
Las corrientes psicoanalistas y conductuales reinantes defendían además posturas muy instrumentales respecto al amor que los niños profesaban a sus madres. En base a estas teorías, el amor infantil estaba ligado a la satisfacción de sus necesidades fisiológicas, en especial del hambre y la sed.
John Bowlby cuestionó abiertamente estas ideas. En su Teoría del apego postulaba que el vínculo madre-hijo se debía a factores emocionales como la necesidad de contacto, de seguridad y no sólo a la provisión de comida. La privación del amor materno tendría así mismo, graves consecuencias en el desarrollo emocional del sujeto generando jóvenes incapaces de empatizar con los demás. Situándonos de nuevo en ese contexto histórico sumamente patriarcal, he de señalar también que John Bowlby defendía un apego tan sólo materno lo que le llevó a posicionarse en contra por ejemplo de la incorporación de la mujer al mundo laboral.
En esta vorágine de teorías encontradas el psicólogo Harry Harlow se propuso llevar a cabo algunos experimentos que aclarasen la cuestión. Hasta aquí todo correcto, pero a Harlow se le fue de las manos, por mucho que él intentase justificar a posteriori el aluvión de críticas al que fue sometido recurriendo a la manida frase “el fin justifica los medios”, sus experimentos fueron de una crueldad desoladora.
Tan sólo desarrollaré aquí uno de ellos, pero si os interesa en internet podéis encontrar incluso videos de la época.
Cuando Harlow utilizaba la intimidación, los monitos corrían a lado de su mama de felpa para sentirse seguros. Sus reacciones se asemejaban bastante a las de los bebes humanos sometidos al test de la situación extraña. Las crías utilizaban a la mama de tela como base a partir de la cual explorar su entorno y como refugio ante situaciones estresantes.
Con todo esto demostró por tanto, que el apego iba más allá de la satisfacción de las necesidades fisiológicas. Para un correcto desarrollo psicológico las crías necesitaban cierto contacto piel con piel para sentirse seguras y mínimamente queridas.
“El abismo de la desesperación” o “el potro de las violaciones” entre otros formaron parte de sucesivos y oscuros experimentos. A través de los cuales corroboró por ejemplo que el comportamiento maternal es aprendido no instintivo. Si las hembras de mono no tenían un modelo materno, al convertirse en madres desarrollaban conductas punitivas ante sus crías.
Al contrario que John Bowlby, Harlow defendió la existencia de un conjunto de sistemas afectivos que no sólo incluían la diada madre-hijo, sino también padre-hijo, igual-igual… Destacando que la relación entre iguales era esencial para el desarrollo normal de un individuo.