El Primer Faraón Griego de Egipto: "Ptolomeo I"

Publicado el 07 julio 2013 por Ciencia
El destino de Ptolomeo fue uno de los más extraordinarios de la Antigüedad. 
Educado para llevar la vida habitual de un aristócrata macedonio, se embarcó antes de los 30 años en las fabulosas conquistas de Alejandro Magno por Mesopotamia, Persia y la India, y terminó, a los 64 años, coronado como rey de Egipto y celebrado como Sóter, «salvador». Otros generales del conquistador macedonio lograron también apoderarse de una parte de su herencia para erigir vastos reinos; pero Ptolomeo fue el que amasó más poder y el único que sorteó los reveses de la fortuna hasta fallecer de muerte natural a una edad avanzada.
Ptolomeo era hijo de un noble macedonio llamado Lagos (de ahí el nombre de la dinastía Lágida, que él fundó) y de Arsínoe, una dama quizá relacionada con la familia real macedonia. La juventud del futuro faraón transcurrió en la corte macedonia y pronto se contó entre los amigos íntimos del príncipe Alejandro. El padre de éste, el rey Filipo II de Macedonia, recelaba de su popularidad y decidió enviarlo al exilio, pero Alejandro lo trajo de vuelta para que formase parte de su ejército desde el principio de sus campañas contra Persia. Desde entonces, Ptolomeo no se separó del joven conquistador y su protagonismo en la campaña india le hizo ganarse el título de comandante.
Ptolomeo fue uno de los siete guardaespaldas de la guardia privada de Alejandro, una posición que sería decisiva a la muerte del soberano macedonio en el año 323 a.C. En Babilonia, donde los generales de Alejandro se repartieron el imperio, Ptolomeo se hizo con una de las mejores porciones: Egipto. Además, realizó una jugada maestra al apoderarse del cadáver de Alejandro y decidir su entierro en Egipto. Aunque muchas fuentes aseguran que Alejandro deseaba descansar en el oasis de Siwa, adonde se dirigió para consultar el oráculo de Zeus Amón, Ptolomeo hizo llevar el cuerpo del caudillo macedonio hasta Menfis para luego trasladarlo a su mausoleo en Alejandría, el llamado Sema. La posesión del cuerpo de Alejandro lo legitimaba en el trono y convertía el emplazamiento de su tumba en un lugar sagrado.

Un sátrapa querido por su pueblo

En un primer momento –como los demás generales sucesores de Alejandro–, Ptolomeo actuó como representante de los herederos legítimos de éste: su medio hermano Filipo Arrideo, de 13 años (con las facultades mentales mermadas), y su hijo Alejandro IV (habido con una princesa de Sogdiana, Roxana). Todos los monumentos que Ptolomeo edificó o restauró en Egipto los dedicó a cualquiera de los dos soberanos. Incluso tras el asesinato de Alejandro IV, en 311 a.C., Ptolomeo siguió presentándose durante unos años simplemente como sátrapa o gobernador de Egipto. Ello no impedía que fuera enaltecido como virtual soberano del país, según muestra un documento excepcional de este período, la Estela del Sátrapa, un largo texto elaborado aquel mismo año en el que se vierten todo tipo de loas a Ptolomeo: «Había un gran virrey [sátrapa] en Egipto, llamado Ptolomeo. Una persona de energía juvenil, poderoso de brazo, prudente de mente, poderoso entre los hombres, de fiero coraje […] que ataca el rostro de sus enemigos en el combate». También se recuerda el botín que trajo de sus campañas: «Él trajo las imágenes de las divinidades que habían sido encontradas en Asia, así como todos los utensilios sagrados y los libros que pertenecían a los templos de Egipto».

Un faraón macedonio

Finalmente, en 305 a.C., Ptolomeo se proclamó a sí mismo rey de Egipto. Un año antes, su rival Antígono, otro general de Alejandro, había hecho igual y se había proclamado rey en Siria tras sumar este territorio a sus dominios. Sin duda, Ptolomeo pensaba valerse del prestigio asociado al título de faraón que ahora ostentaba. Pese a su origen griego, Ptolomeo se hizo coronar siguiendo la tradición faraónica y se representó sobre una barca de papiro, capturando a las aves que poblaban las marismas del Delta, en lo que era una metáfora de su dominio sobre el caos y expresión de su deseo de destruir todo mal que acechara a Egipto. Asimismo, ordenó elaborar una titulatura faraónica propia. Como nombre de trono escogió el de Meriamón Setepenre y Jeperkare Setepenamón, «Amado de Amón, el elegido de Re» y «El ka de Re nace, el elegido de Amón». Estos títulos ya habían sido usados por faraones como Sesostris I y Ramsés II, con los que quizá Ptolomeo deseaba compararse.
Aunque reservó los puestos más elevados de la administración a los griegos, no excluyó totalmente a los egipcios, que ocupaban cargos como los de escribas. Asimismo, el clero mantuvo sus privilegios. Buena prueba de ello es la ya citada Estela del Sátrapa, que recoge una serie de donaciones de tierras a los sacerdotes del templo de Uadyet (diosa cobra protectora de la realeza) en la ciudad de Buto, en el Delta. Estas donaciones parecen ser obra de un misterioso personaje llamado Jababash, tal vez un reyezuelo de época de Darío III. Ptolomeo confirmó todas las concesiones, redactando esta estela en la que recoge el discurso de Jababash: «Yo, Ptolomeo, el sátrapa, yo restauro a Horus, el vengador de su padre, el señor de Pe y Buto, la señora de Pe y Dep, el territorio de Ptanut, desde este día en adelante para siempre, con todos sus pueblos, todas su ciudades, todos sus habitantes, todos sus campos, […] y con la donación otorgada por el Rey, Señor de las Dos Tierras, Jababash, que viva para siempre».

Un nuevo dios en el panteón

Para asentar su dominio, Ptolomeo promovió asimismo el culto a una nueva divinidad, Serapis. Su origen es discutido y se mezcla con leyendas como la relatada por Tácito, quien cuenta que tras tener un sueño, el rey ordenó ir en busca de una imagen del dios a Sínope, en el mar Negro. Quizá se trataba de una confusión con el Serapeum de Menfis, donde se rendía culto a una divinidad denominada Osirapis, resultante de la fusión de Osiris y Apis. En cualquier caso, Serapis asumió rasgos de dioses plenamente griegos, como Zeus, Helios, Dioniso, Hades y Asclepio, lo que explica que el culto no echara hondas raíces entre la población egipcia, aunque se expandió notablemente por el resto del mundo mediterráneo.
Los historiadores discuten si Ptolomeo adoptó también la costumbre de la divinización del faraón. De hecho, los griegos habían divinizado a los héroes fundadores de las ciudades desde antiguo; de ahí que Alejandro Magno recibiera culto como fundador de Alejandría. Algunos autores creen que Ptolomeo ya fue divinizado en vida, como indicaría su sobrenombre: Sóter, que en griego significa «salvador».
El apodo se relaciona con un episodio ocurrido en 305 a.C., cuando los habitantes de Rodas, sitiados por Demetrio Poliorcetes, pidieron socorro a Ptolomeo y, como muestra de gratitud, le dieron el título de salvador. Diodoro Sículo narra que luego los rodios enviaron una embajada al oasis de Siwa «para preguntar al oráculo de Amón si aconsejaba a los rodios honrar a Ptolomeo como un dios. El oráculo les contestó que sí y consagraron en su ciudad […] un recinto rectangular llamado Ptolemeum». Y en una inscripción de la época, tres griegos, tras haberse salvado de un peligro, rinden homenaje a Ptolomeo I y su esposa Berenice como sus «dioses salvadores». Pero hay otros autores que creen que Ptolomeo I fue divinizado décadas más tarde, durante el reinado de su bisnieto Ptolomeo IV, cuando el Estado fundado por el general y guardaespaldas de Alejandro Magno parecía más consolidado y fuerte que nunca.
Fuente: nationalgeographic ZONA-CIENCIA