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Cuando les digo que es conveniente leer a los clásicos es por curiosidades como la que les voy a contar. Para que vean que, en realidad, no estamos inventando nada; solo reinterpretando y reescribiendo.
Aunque su popularidad se debe más a su producción literaria que a la académica. Y esa producción comenzó en 1980 con una de las novelas de mayor impacto en el panorama literario internacional de los últimos tiempos. Nos referimos a El nombre de la rosa.
Novela histórica, relato detectivesco, ensayo medievalista, la obra permite múltiples lecturas a gusto del lector. Eso suponiendo que sea capaz de sobrepasar las primeras 50 páginas, filtro con el que Eco comenzó la obra con la consciente intención de seleccionar de inicio a sus lectores. Como ven, un curioso ejercicio de elección inversa: no es el lector el que elige su lectura, sino el autor el que selecciona a sus lectores.
La no menos exitosa versión cinematográfica despertó las iras de los fans de la novela por su simplificación y allanó el terreno a aquellos que no superaron la prueba de las primeras páginas.
La novela se desarrolla en el invierno de 1327 en una abadía benedictina, famosa en toda la cristiandad por su impresionante biblioteca, no solo por los volúmenes que contenía sino por su estructura arquitectónica en forma de laberinto y peculiar sistema de organizar sus contenidos.
Acuden allí numerosos doctores de la iglesia a dirimir cuestiones tan relevantes como si Jesucristo rió en algún momento de su vida o sobre si era dueño de las ropas que vestía. Estos temas pueden parecer irrelevantes pero algunos siguen sin solución teológica definitiva, como el de la pobreza de la Iglesia; y ese debate teológico fue muy cruento en su época.
Como aderezo fundamental, algunos luctuosos acontecimientos acaecidos en la abadía han llenado de desasosiego a los monjes, a su Abad y, en particular a un veterano miembro de la congregación, guardián de la ortodoxia monacal y del acceso al conocimiento.
Y uno de los invitados al debate, conocido por su astucia, agudeza mental y dotes deductivas, recibe el encargo de investigar discretamente estos lamentables acontecimientos. Empujado por su propia soberbia intelectual, tendrá que infringir algunas de las normas de la abadía para descubrir el misterio.
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Se trata del Segundo libro de poética de Aristóteles. No existen copias ni más referencias que el Tractatus Coislinianus, en el que se recoge un resumen de su contenido. Esta segunda poética de Aristóteles trata sobre la comedia como medio de conseguir la catarsis.
En román paladino, que "a través del placer y la risa se produce la purgación de las emociones".
Este contenido es el que resulta polémico para el debate teológico que tiene lugar en la Abadía.
Y como su supuesto autor, Aristóteles, es reconocido como una autoridad en cuanto escribió, el solo hecho de que hablara de la comedia y de sus efectos benéficos y aleccionadores frente a la tragedia provoca terror en los más reaccionarios guardianes del dogma cristiano.
Jorge de Burgos es el pérfido monje de origen español, temido y respetado a partes iguales. Bibliotecario frustrado a causa de su ceguera, es pese a todo quien controla lo que sucede en torno a la biblioteca a través de sus bien aleccionados sicarios.
El propio Eco ha reconocido que este personaje es deudor de Jorge Luis Borges.
Con las virtudes y defectos de ambos personajes a sus espaldas, Guillermo de Barkerville, con la inestimable colaboración de su "fiel escudero" Adso de Melk, narrador en primera persona de la historia, investigan, y resuelven, los crímenes ocurridos en la Abadía.
De ese "libro que nunca fue escrito" existe una copia en la Abadía; seguramente la única copia. Pero Jorge de Burgos tiene terminante prohidida su lectura, por los motivos antes expuestos. Y todos aquellos que osan infringir esa prohibición padecen en sus carnes el castigo máximo: la muerte en extrañas circunstancias.
Y aunque Jorge de Burgos, en un falso gesto de reconocimiento y admiración, permite a Guillermo de Baskerville la lectura del libro, nuestro astuto franciscano ya ha deducido el método por el que el libro mata, no cae en el ardid y se pone unos guantes. Y como también padece de cierta incontinencia verbal, confiesa su descubrimiento al propio Jorge en la escena cumbre de la novela.
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Esta escena de dos personajes enfrentados, de la curiosidad intelectual de uno de ellos, del envanecimiento de ambos, del destino trágico que han de correr, y de un libro envenenado como arma homicida tiene su origen varios siglos antes de la novela de Eco; incluso varios siglos antes de la época en la que transcurre la obra.
Por eso comenzaba este apunte hablando de la importancia de leer a los clásicos.
Entre sus pasajes más conocidos se encuentran Aladino y su lámpara mágica, Alí Babá y los cuarenta ladrones o Simbad el marino.
Pero contiene otros muchos que ha sido después reescritos o reinterpretados en la literatura posterior, desde las novelas de caballerías a los relatos detectivescos, pasando por la ciencia ficción.
La historia se narra en la Noche XIV.
El rey ha decidio decapitar a su médico, persuadido por sus consejeros de que quiere asesinarle. Y el médico, después de despachar sus asuntos y repartir la herencia, comunica al rey que:
"A fe que tengo un libro que es verdaderamente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario".- ¿Qué libro es ese?
Y contestó el médico:
- Contiene cosas inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: cuando me corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda; y entonces la cabeza cortada te hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas.
(…)
Entonces entró el médico y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena de unos polvos. Después se sentó y dijo:
- Que me traigan una bandeja.
Le llevaron una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por la superficie. Y dijo entonces:
- ¡Oh rey! coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás el libro.
Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las hojas pegadas unas a otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De ese modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey dijo:
- ¡Oh médico, no hay nada escrito!
Y el médico respondió:
- Sigue volviendo más hojas del mismo modo.
Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del rey pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones (…) y cayó muerto.
Como habrán comprobado, este pasaje sirvió claramente a Umberto Eco de inspiración.
Y si no me creen, acudan al capítulo de la noche del Séptimo día de El nombre de la rosa, "donde, si tuviera que resumir las prodigiosas revelaciones que aquí se hacen, el título debería ser tan largo como el capítulo, lo cual va en contra de la costumbre".