Esta mañana por fin se han comprometido el príncipe Harry y la actriz Megan. Para los seguidores del colorín habrá sido un frotarse las manos continuo desde que ha saltado la noticia a los medios, porque después viene los posados, el ir a comprar corriendo el abrigo que ha lucido la chica para la ocasión...un no despegarse de la televisión o de las redes. El príncipe está acostumbrado a que todo el mundo hable de él desde que nació. Habrá gente que le pueda narrar momentos de su vida que ni él mismo recuerda, porque era solamente un niño. Ha tenido que enfrentarse y mantener la compostura que el protocolo exige en un momento tan doloroso como es la muerte de una madre...que le juzguen sin conocerle y le aprecien o aborrezcan solamente por pertenecer a una familia en concreto. Pero, ¿y su prometida? Bien es cierto que al ser famosa por su trabajo está acostumbrada a que la persigan fotógrafos, le pidan autógrafos, o le hagan fotos sin su consentimiento. Pero lo del protocolo es otra cosa. Y más en una raleza tan antigua y tan estricta como la británica. Hace poco se publicaba que los que se van a convertir en sus cuñados, William y Kate no se prodigaban gestos de afecto en público, tales como cogerse de las manos o un beso en la mejilla, por respeto. Y ellos son las nuevas generaciones. Megan no es princesa ni británica, va a tener que soportar una presión que no es la misma que la que ejercen los paparazzi en la puerta de su casa, aún así, ha tenido el valor de aceptar el compromiso; una nueva Grace Kelly. ¡felicidades y ...suerte!
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